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Channel: MALBEC & BLUES
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Blues para Son House

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La historia cuenta que John Mooney conoció a Son House en 1971 cuando ambos vivían en Rochester, Nueva York. Ese encuentro cambió la vida de Mooney cuando apenas tenía apenas 16 años. Fue un amigo en común, el músico Joe Beard, quien los presentó. Así empezaron a tocar juntos en la casa de Son House -aunque a la esposa del legendario bluesman no le gustaba escuchar ese sonido del Demonio-, en la de Beard y también en algunas fiestas. Una de las cosas que más impactó a Mooney del viejo predicador fue su poderosa voz. “Recuerdo que cuando nos juntábamos en lo de Joe Beard y él empezaba a cantar temblaban todas las ventanas”, dijo Mooney en una entrevista a la revista Blues Access.

Ahora, a más de 40 años de esos encuentros que lo marcaron para siempre, Mooney homenajea a su maestro con este disco estupendo, en el que con su National steel guitar encara una buena selección de temas que Son House compuso antes de la Segunda Guerra Mundial y popularizó con el revival blusero de la década del 60. El track list incluye Death letter, John the Revelator, Grinnin' in your face y Preachin' blues, más un par de temas propios y covers tradicionales de Good morning little schoolgirl y You gotta move.

Las interpretaciones de Mooney están a la altura de la música de Son House. De una manera cruda y visceral canta sobre el pecado, la redención, los pesares y el dolor. La voz de Mooney transmite una pasión encendida, mientras el slide descarna un hondo sufrimiento mientras se acompaña rítmicamente con su pie derecho (foot stomping).

Mooney no grababa un disco desde 2006. En todo este tiempo no dejó de girar, especialmente por los Estados Unidos, y participó de la serie Treme. Su vuelta a los estudios marcó también su más profundo regreso a las fuentes. Un hombre, su guitarra y sus blues. La esencia de todo.


Buenas noticias

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¡Señores, de pie! El gran maestro de la guitarra blusera contemporánea acaba de sacar un nuevo disco para celebrar su cumpleaños 60 y, así como la mayoría de los anteriores, es brillante. Es el octavo álbum que Ronnie Earl edita para el sello Stony Plain y el vigesimoséptimo de su carrera, algunos de los cuales interpretó a dúo con bluseros de peso como Pinetop Perkins, Joe Beard, Hubert Sumlin o Duke Robillard. Que el maestro de guitarristas siga activo y en gran formaes una excelente es noticia.

Recostado en sus fieles Broadcasters -Jimmy Mouradian, Lorne Entress y Dave Limina- Earl da rienda suelta a su virtuosismo y se expresa a través de una decena de temas, en los que combina instrumentales propios con algunos covers. Su técnica es exquisita, como siempre, sus solos son sanguíneos y los arreglos son manifestaciones divinas. Decir que este es su mejor álbum sería muy injusto con buena parte de los demás que grabó, pero si podemos afirmar que está a la altura de los más extraordinarios.

Casi como una continuidad de Just for today, de 2013, aquí comienza con otro instrumental dedicado a los trenes. I met her on that train, inspirada en Mistery train de Junior Parker, es un buen punto de partida en el que la Strato de Earl hilvana unos solos majestuosos junto a Zach Zunis, guitarrista de la banda de Janiva Magness, y Nicholas Tabarias, quien también participó en el álbum anterior. Así como Tabarias vuelve tras Just for today, también lo hace la cantante Diana Blue. En el disco anterior interpretó I'd rather go blind y aquí brilla en A change is gonna come, de Sam Cooke, que Earl reconvierte en un blues poderoso. En Time to remember, del pianista Neal Creque, los Broadcasters muestran su costado más jazzero, pero enseguida vuelven al blues más profundo con la medular In the wee hours, de Buddy Guy, también cantada por Diane Blue.

Mientras que el tema que da nombre al álbum es un shuffle festivo con más hammond que guitarras, Blues for Henry y Puddin' pie son aproximaciones earlianas al blues de Chicago. Six string blessing es otro slow blues en la que unos delicados punteos acompañan a la dulce voz de Diane Blue. El álbum cierra con la cantante rozando una interpretación góspel por sobre el slide lacerante del maestro.

Good news es mucho más que un gran disco de blues, es la expresión máxima de un artista magnífico, a corazón abierto, que admite: “Mi gran amor en la música es el blues. Tocar para mí es una experiencia emocional y por eso pongo cada partícula de mi alma en ello”.

Armónicas en vivo

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Estos dos discos acaban de ser editados de manera independiente y muestran los distintos caminos por los que se puede llevar a ese pequeño instrumento.

Francisco Salgado – Salgado y Asociados. Tal vez sea difícil para los bluseros interpretar el flamante disco de Francisco Salgado. No se trata de un armonicista común y su propuesta lo es aún menos. Estamos frente a una combinación de free jazz y blues, en la que la banda da rienda suelta a la improvisación por encima de los márgenes del género. Salgado construyó un álbum tan personal como innovador, dedicado a Juan Millones, un viejo maestro del blues rural que en los 90 lideró el trío The Acoustic Blues, junto a Walter Gandini y Sergio Fulqueris. Las influencias del blues más puro se notan en el trasfondo de las canciones. Su armónica desparrama notas un tanto abstractas, dejando huecos sonoros que rellena con la misma impronta el saxo –barítono o soprano según el momento- de Pablo Moser. La rítmica, en líneas generales aguerrida, se sustenta en la guitarra de Wenchi Lazo, el bajo de Guillermo Roldán y la batería de Sebastián Groshaus. Mmm…, el track 2, es una versión agresiva y desestructurada de I’m a woman, que solía cantar Koko Taylor, aquí interpretada por la extraordinaria Bárbara Togander. En Ragtime zombie Salgado cambia la armónica por el trombón y la banda se sumerge en el sonido de Nueva Orleans, para luego volver a la propuesta original con Blues invocado. El álbum fue grabado en vivo en Thelonius Club a fines del año pasado y cierra con una impactante versión de I wish you would, de Billy Boy Arnold, cantada también por Togander. Con este trabajo, Salgado explora los límites de la armónica más allá de cualquier convencionalismo. 

Gustavo Lazo & Friends – Acústico en el Auditorio del Oeste. Esta propuesta de Lazo es todo lo contrario al disco de Salgado. Aquí la intención fue reproducir el sonido tradicional. Lazo es un cultor del blues con una larga experiencia, que incluye pasos por diversas bandas. Esta vez, al frente de un grupo de amigos, encara siete clásicos del blues con mucha pasión. Si bien el disco se presenta como acústico es una verdad a medias, el hammond de Matías Coco se hace presente en algunos temas y la guitarra de Juan Ignacio Acedo aporta una cuota eléctrica por sobre el ritmo del bajo desenchufado de Ramiro Fa. El show comienza con No more doggin’, de Rosco Gordon. en la que Lazo canta como arrastrando las palabras, como solía hacerlo Sonny Boy Williamson, y sopla unos agudos nítidos, mientras que el piano de Coco y la guitarra de Acedo llevan la melodía por el sendero más clásico. En Help me, justamente de Sonny Boy, aparece el hammond en todo su esplendor y la armónica se desplaza por encima de ese colchón rítmico. Key to the highway se percibe más perezosa que otras versiones, y en T-Bone shuffle recuperan el estirpe del comienzo, con un gran swing por parte del guitarrista. En Up in the line, de Little Walter, la banda se pone más firme y la guitarra suena férrea. Ahí se suman la cantante Eva Sleiman Eeberhard y el saxo tenor de Mariano Cosimato, que refuerza las líneas del bajo. Lazo se despide con dos clásicos del blues de Chicago, Who’s been talkin’ y I’m ready, y deja bien en claro su misión: preservar la tradición.

La máquina blusera

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En noviembre de 2011 asistimos a uno de los shows de blues más contundentes y fenomenales que podamos recordar por estas tierras. Rick Estrin and The Niughtcats sacudieron La Trastienda y nos dejaron a todos rogando por más. En lo colectivo, la banda sonó compacta, sólida y perfectamente ensamblada. En lo individual, Estrin mostró toda su destreza con la armónica y un notable estilo para cantar sus blues, y el guitarrista noruego Kid Andersen sorprendió con una técnica monumental. Ahora, el sello Alligator acaba de lanzar un álbum en vivo demoledor, insuperable, que nos da un poco más de ellos para saciar nuestra sed blusera.

You asked for it… Live fue grabado en el bar Biscuits and Blues, en la ciudad de San Francisco, el 5 de octubre de 2013, y confirma que lo sucedió aquí en Buenos Aires no fue azaroso o casual, sino que es así cómo estos muchachos tocan cada vez que se suben a un escenario. El cuarteto, que además integran el bajista Lorenzo Farrell y el batero J. Hansen, es una máquina precisa y vibrante, que combina una sofisticada ingeniería sonora con muchísimo sentimiento.

El álbum tiene 13 temas, todos compuestos por ellos, salvo por el último track, Too close together, del legendario armonicista y máxima influencia de Estrin, Sony Boy Williamson. El presentador pregunta: “¿Están listos para el blues?” y los aplausos anteceden a los primeros acordes de Handle with care, un shuffle que Estrin lleva con mucho swing, mientras Andersen filtra unos licks de su guitarra, apuntalado en una rítmica muy aceitada.

Estrin es un gran frontman, además de cantar y soplar su armónica bromea con el público produciendo un show mucho más amigable e integral. Andersen es un violero tan versátil que conmueve escucharlo en cada una de sus intervenciones, no sólo en sus punteos sino también por la sutileza de su rítmica. Por ser la única guitarra, tiene un rol esencial y su contribución al sonido de la banda es fundamental. A esta altura ya nadie extraña a Charlie Baty, extraordinario guitarrista si los hay, porque lo que hace Andersen es revolucionario. Eso se percibe con más intensidad en sus solos en Baker man blues, cantada por Hansen, y en Don’t do it. Y ni hablar cuando se sumergen en un blues extenso y profundo como Never trust that woman, donde Andersen parece completamente absorbido por el espíritu de Mike Bloomfield, mientras Farrell suma una dosis de groove desde el hammond. El cierre, como ya anticipé, es Too close together y ahí rompen el molde de lo que venían haciendo. Estrin con su armónica y Andersen desde el contrabajo llevan el blues a su estado más puro.

Esta banda debe ser una de las pocas que, a pesar del paso del tiempo y los cambios en su formación, incluso hasta de nombre, se mantiene en gran forma. En este disco en vivo, que va camino a ser uno de los mejores del año, ratifican que pasado, presente y futuro es una amalgama de buen blues que no tiene marcha atrás.

Honrando a los Allman Brothers

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La importancia de los Allman Brothers en la historia del rock es indiscutible. A fines de los 60, cuando los ingleses reproducían y exportaban su versión del blues desde hacía cinco o seis años con mucha intensidad, en los Estados Unidos comenzó a gestarse una respuesta local. En Macon, Georgia, los hermanos Duane y Gregg Allman, junto a un puñado de excelentes músicos, le dieron forma propia al blues, creando un nuevo estilo musical, el rock sureño. La trágica muerte de Duane no impidió que la banda se convirtiera en la más influyente de los 70. Con algunos cambios en su formación, y atravesando momentos para nada buenos a lo largo de los años siguientes, los Allman lograron recuperar el cetro del rock & roll. En la Argentina, su música penetró muy fuerte en algunos jóvenes. En 1970 se editó aquí su álbum debut y muchas bandas asumieron su música y la combinaron con el blues autóctono y su propia experiencia.

Allman Brothers
Los Allman Brothers tocan pocas veces al año, siempre en Estados Unidos, y cada vez que lo hacen el público los respalda masivamente. Sus clásicos conciertos en el Beacon Theatre de Nueva York conforman una ceremonia anual que se da en el mes de marzo, en la que ellos tocan con viejos amigos o presentan nuevos talentos. Eso sí, graban poco: en los últimos 20 años apenas lanzaron dos discos -Where it all begin (1994) y Hittin’ the note (2003)- algo que contrarrestan con decenas de ediciones en vivo de sus shows.

Toda esa historia merecía un homenaje. Midnight Rider: A Tribute to the Allman Brothers Band no es el primer disco que los celebra, pero sí es el más contundente. La selección de músicos es tan ecléctica como los mismos Allman. Los temas tienen sentimiento blusero, espesura rockera y el espíritu libre de las jams de reminiscencia jazzera. Pat Travers abre con una potente versión de Midnight rider, en la que hace gala de su poderío vocal y su fiereza con la guitarra, respaldado por un groove más funky que el de la original. Luego el violero Tinsley Ellis y el pianista Kevin McKendree se suman a la banda country The Oak Ridge Boys para una versión fiel de Ramblin’ man, el himno por excelencia del southern rock.
Robben Ford

Dos grupos sureños, Molly Hatchet y The Artimus Pyle Band, versionan sin muchos cambios Melissa y Blue sky. Jimmy Hall, cantante de Wet Willie y del Jeff Beck Group, junto al virtuoso Steve Morse descollan con un cover incendiario de Whipping post. John Wesley, productor del disco y de extensa trayectoria como guitarrista de distintas bandas y proyectos, se juntó con Roy Rogers y su afilado slide, para una exquisita interpretación de Jessica. El tema siguiente, One way out, lleva el sello inconfundible de la guitarra de Robben Ford. Debbie Davies y el ex tecladista de la Jerry Garcia Band, Melvin Seals, encaran Soulshine, uno de los temas más hermosos de los Allman. Los solos de Davies exploran su costado más creativo y su canto se acomoda mejor con el correr de los minutos.

Leon Russell
Sobre el final el disco decae un poco. El guitarrista y cantante Eli Cook destroza Statesboro blues, con una guitarra innecesariamente distorsionada y su voz gutural que parece forzada. Eric Gales sigue con una discreta, por no decir intrascendente, versión de In memory of Elizabeth Reed, mientras que el tándem Commander Cody y Sonny Landreth intentan un cover novedoso de Southbound donde lo único que funciona es el solo con slide de Landreth. Afortunadamente Leon Russell cierra con mucha personalidad con I’m no angel, de Gregg Allman como solista. Para lograrlo, su voz juega un rol central, pero los teclados de Reese Wynans y la guitarra siempre fina de Ronnie Earl disparan unos solos muy entusiastas.

En definitiva, siempre va a ser mejor escuchar a los Allman Brothers, desde ya, pero este disco ofrece algunos covers diferentes y personales. El disco, editado por Cleopatra Records, es la mejor manera que eligieron varios músicos consagrados, y tan diversos entre sí, para honrar la memoria de una de las bandas más grandes de la historia del rock.

Brasil blues

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La jornada más triste de la historia del fútbol brasileño merece un poco de blues. Aquí va una selección de cinco (cinco, no siete) excelentes discos de guitarristas de ese país.

Celso Blues Boy – Indiana blues (1996). Celso Ricardo Furtado de Carvalho es una leyenda de Brasil, algo así como el Pappo en versión carioca. Su música, a lo largo de su carrera, transcurrió entre el blues y el rock, y fue uno de los primeros en cantar blues en portugués. Indiana blues fue editado para celebrar sus 25 años en la música y marcó un hito para él: se dio el lujo de tocar y cantar junto a B.B. King, de quien tomó su nombre artístico, en el tema Mississippi (Sobre Robert Johnson). En este disco además reinterpreta sus clásicos Aumenta que isso aí é rock ‘n roll, Tiempos dificies, Siempre brillhara y Amor vazio. Y muestra nuevas composiciones como su aproximación jazzera, Indiana blues; Homen das ruas, una balada al estilo de Cassia Eller; Liberdade, un rock enérgico de guitarras crujientes; y Apenas outro blues, que exhibe los doce compases de raíz bien brasileña. Es muy bueno el cover de Bob Dylan, It’s all over now, baby blue, cantado en portugués que cierra este trabajo formidable de Celso, quien murió de cáncer en agosto de 2012. Tenía 56 años.

Nuno Mindelis – Nuno Mindelis & The Cream Crackers (1998). Mindelis es uno de los violeros de blues más reconocidos de Brasil a nivel internacional. En su extensa trayectoria compartió escenario en distintos festivales alrededor del mundo con músicos de la talla de Jimmie Vaughan, Ronnie Earl, Junior Wells y Robert Cray. La historia de este extraordinario guitarrista es muy interesante: nació en Angola en 1957, en 1975 tuvo que irse del país debido a la guerra civil y con un primo se instaló en Canadá. Allí vivió un año y empezó su relación con el blues. En 1976, viajó a Brasil y desde entonces es un brasileño más. Tiene nueve discos editados y sólo en uno canta en portugués. Este álbum fue grabado en San Pablo en 1992, pero recién fue lanzado seis años más tarde. Mindelis muestra todo su talento tanto como guitarrista, cantante y compositor, en una decena de temas. El único cover es Paying the cost to be the boss, de B.B. King. Larry McCray aporta su voz y su guitarra en dos temas, y el armonicistas francés J.J. Milteau se suma en tres canciones.

Big Gilson – Live at The Blue Note (2000). Este disco es una joya. Blue Note, el mítico bar neoyorquino de jazz, pocas veces libera su escenario a músicos de blues. Big Gilson, “el orgullo del blues brasileño”, como lo llaman, fue uno de los pocos privilegiados en tocar allí. Acompañado por el armoniquista Bruce Ewan y su banda, The Solid Senders, Gilson, interpretó media docena de clásicos, a modo de homenaje, combinado entre sus grandes influencias y las del notable Bruce Ewan. Se destacan las versiones de Blue and lonesome, de Little Walter; Shake your Money maker, de Elmore James; Judgment day, de Snooky Pryor; y la extraordinaria The Messiah will come again, de Roy Buchanan. Pero también hay cuatro temas propios que muestran la faceta compositiva de este fenomenal intérprete. Gilson y Bruce Ewan se recuestan sobre la rítmica sólida encabezada por Marty Baumann en guitarra, Steve Shaw en bajo y Bob Berberich en batería. Bobby Radcliff sube como invitado para deslizar su slide en el tema de Elmore James. Blues en vivo en su máxima expresión.

Igor Prado – Upside down (2007). La revista Guitar Player lo definió como “el artista de blues brasileño más requerido en el exterior” y eso tiene sustento en el tipo de blues que ofrece y su notable técnica para tocar la guitarra. Zurdo como Albert King y Jimi Hendrix, Prado se inclinó por el sonido vintage de los años 50 y 60. Este disco, el quinto de su carrera, es una exquisitez en todo sentido. Primero porque el guitarrista paulista se rodeó de una notable selección de músicos internacionales que terminaron de darle forma al álbum que él pretendía. R.J. Mischo canta y toca su armónica en tres temas, Steve Guyger lo hace en la tradicional Bumble bee, y el notable cantante neoyorquino J.J. Jackson se presenta en otras tres canciones, una de ellas Strange things happen, de Percy Mayfield. Los otros músicos son todos del riñón de Prado: su hermano Yuri en batería, Rodrigo Mantovani en bajo, Ari Borger en piano, Robson Fernandes en armónica, más el aporte del saxofonista Ron Dziubla. Todas las canciones están atravesadas por el sonido del West Coast, algo de Chicago y bastante jump blues.

Solon Fishbone – Fish tones (2011). El quinto disco de Solon F. Cohelo, más conocido en el ambiente musical como Solon Fishbone, es una reliquia de punta a punta. Todo el álbum está marcado por el buen gusto y en cada solo se percibe, además de una gran técnica, un hondo sentimiento blusero. Solon se encarga de la guitarra y el bajo y lo acompañan Cristiano Bertolucci en batería y João Maldonado en hammond y piano rhodes. Otros invitados se reparten armónica, saxo, trompeta y piano, más los aportes de los cantantes Greg Wilson y Alice Azambuja. Más allá de un par de lindas versiones de See see baby y Woman I love, aquí lo que se destaca son sus composiciones: “C” as in Collins, un slow blues profundo con unos solos de guitarra muy punzantes, y Cool breezes, un instrumental sublime de tinte jazzero. Sobre el final muestra su versatilidad para encarar un estilo más rústico: con una guitarra resonadora y acompañado por la armónica de Gaspo interpreta Blues for mother earth aproximando el sonido del Delta a su Caixas do Sul natal.

De pura cepa blusera

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Lucky en inglés significa “afortunado”. Ese es el apodo con el que se conoce a este tremendo bluesman llamado Judge Kenneth Peterson. Su carrera musical es casi tan extensa como su vida. Fue un niño prodigio, a los cinco años ya era un as con los teclados, pero no de casualidad: su talento fue heredado de su padre, James Peterson, un distinguido guitarrista que se codeó con Muddy Waters, Jimmy Reed, Lowell Fulson y, especialmente, Willie Dixon. De hecho, el padrino del blues produjo su primer disco para el sello Perception/Today, que se llamo The father, the son, the blues, y que contó con la participación del pequeño Lucky cuando -repito- tenía cinco años. Así se convirtió en el protegido de Dixon y en el orgullo de su padre. Si eso no es fortuna...

El tiempo pasó y Lucky fue afianzando su carrera, apuntalada en su enorme destreza musical y en su capacidad para generar un estilo propio que se nutrió de lo más puro de la música negra. Como sesionista tocó junto a Otis Rush, Etta James, Little Milton y Bobby “Blue” Bland, y grabó una veintena de discos solista para importantes discográficas como Alligator, Verve, Universal, JSP e incluso Blue Note. Ahora, a los 49 años, se da el lujo de sacar un nuevo álbum, con el sello Jazz Village.

The son of a bluesman, más allá de ser un exquisito set de grandes interpretaciones, tiene la novedad de que fue producido por él. Acompañado por media docena de músicos, no muy conocidos en nuestro ámbito, Peterson canta y se encarga de las guitarras y los teclados. El álbum comienza con la poderosa Blues in my blood, con un coro sublime y una apabullante combinación de viola y hammond. Sigue con Funky Broadway, bien arriba, un tema que no oculta nada a partir de su nombre tan elocuente. La balada blusera Nana Jarnell eleva sus punteos a la categoría de épicos, y luego homenajea al gran Bobby Bland con I Pity the fool. El boogie woogie más auténtico rejuvenece de la mano de Blues joint party, mientras que en I’m still here y el tema que da nombre al disco baja al submundo del blues más puro. Se la juega con un éxito de otrora como la hermosa I can see clearly now, de Johnny Nash, antes de terminar con una versión góspel de I’m still here.

El hijo de un bluesman, tal es su traducción, es un disco soberbio, en el que Peterson combina distintos estilos lindantes al blues con gran espíritu y mucha pasión, en un claro tributo a su padre, el hombre que le marcó el camino y que definió su destino.

Gracias por tanto

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Faltaba tan poco para que vinieras. La entrada dice: “Teatro Gran Rex. Jueves 16 de octubre. 21hs”. Iba a ser tu primera vez en la Argentina. Ya se había cancelado una visita en 2004 y todos nos quedamos con un gusto amargo en la boca. Pero esta vez era una realidad. La gira incluía Brasil y Chile. “Puta madre –decíamos-, falta cada vez menos para que venga Johnny Winter”.

Me enamoré de tu música al instante. Fue con aquel disco que grabaste con Sonny Terry y Willie Dixon. Después escuché Serious business y ya no habría vuelta atrás para mí. Me abriste las puertas del blues, del que sería mi mundo. Fuiste mi primer héroe de la guitarra. Yo tenía 20 años y vos llevabas mucho más tiempo tocando. Conseguí tu primer álbum y después el segundo. Me compré los otros que grabaste para Alligator y los que le produjiste a Muddy Waters. Y seguí comprando todos los discos que sacaste desde entonces.

Para mí siempre fuiste el más blanco de los músicos negros. Naciste en Texas pero te criaste en Leland, el corazón de Mississippi, entre los negros que tenían sus dedos con llagas de tanto juntar algodón. Sentiste su angustia y sufriste sus penas, y el día que agarraste una guitarra no la soltaste más, porque las seis cuerdas se convirtieron en extensiones de tu alma. Fuiste una de las atracciones de Woodstock y tocaste con Jimi Hendrix. En los 70 te convertiste en una estrella de rock: llenaste grandes estadios e hiciste tremendos covers de los Rolling Stones. Pero volviste al blues, porque estaba en tu ADN. Por eso para Muddy Waters fuiste como un hijo. Soportaste con hidalguía tu frágil salud, la que tocó, y luchaste durante toda tu vida contra las adicciones. No tuviste una vida fácil pero con tu música hiciste más sencilla las de todos los que te admiramos.

Pude verte en vivo cuatro veces y me siento un privilegiado. Una vez en Londres y las otras tres en Nueva York, y en la última, en 2012, hasta te conocí en tu camarín. Te dije que en Buenos Aires te esperábamos con los brazos abiertos y balbuceaste algo que no entendí muy bien, pero yo me convencí de que me asegurabas que pronto vendrías. Estabas haciendo unos 200 shows al año y sólo te faltaba venir a Sudamérica. Y en febrero, cuando cumpliste 70 años, se confirmó tu recital y me emocioné porque te iba a ver una vez más. Me imaginé al Gran Rex gritando “Olé olé olé… Winter, Winter”. Faltaba tan poco…

Hasta siempre, maestro. Te despido con los ojos llenos de lágrimas, escuchando esos discos que atesoraré toda la vida. ¡Gracias por tanto!

Beaumont, Texas, 23 de febrero de 1944 – Zurich, Suiza, 16 de julio de 2014.



El Robben que no se tira

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Fotos gentileza Edy Rodríguez
Hay un Robben que es veloz, habilidoso y gambeteador. Hay otro Robben que es talentoso, profundo y sobrenatural. El primer Robben juega al fútbol y es el emblema de Holanda. El otro es un guitarrista gringo que tocó con Miles Davis, George Harrison y Jimmy Witherspoon. El primero es pelado y el segundo todavía conserva el pelo largo. Pero la diferencia principal es que el Robben músico no sobreactúa ni se tira, se mantiene erguido sacando las notas más extraordinarias de su guitarra desde el fondo de su alma. Esta comparación futbolera, impulsada por la manija mundial que todavía perdura, sirve para ilustrar al gran Robben Ford, que anoche dio un show descomunal en el Teatro Coliseo.

Ford es un músico fantástico por donde se lo mire: combina la pasión del blues con la destreza del jazz y el vigor del rock. Tal vez no sea un frontman muy carismático, de hecho apenas se dirige al público para presentar a la banda y anunciar algunas de las canciones que va a tocar, pero cuando sus dedos comienzan a agitar las cuerdas de su Telecaster todo lo demás queda en segundo plano.

“Es bueno estar de vuelta. Ha pasado mucho tiempo”, dijo antes de largarse de lleno con la música en su cuarta visita al país (las otras ocurrieron en 1992, 1994 y 2001). Comenzó con una sutil ironía: interpretó el tema Chevrolet, justo él que se apellida Ford. Pero no fue una ocurrencia del momento, sino que ya es un clásico de su repertorio. Aprovechó esa canción para acomodarse, pidió un poco más de monitor, mientras lanzaba unos fraseos fabulosos. La rítmica, conformada por Brian Allen en bajo y West Little en batería, se desenvolvió con gran solvencia desde el primer minuto.

Si bien hace pocos meses editó su disco A day in Nashville, que fue grabado de corrido en un solo día, anoche apenas tocó un solo tema de ese trabajo: Midnight comes too soon. Ford se lució con una gran versión de Start it up, del memorable álbum de la Blue Line de 1992, y con All over again, que compuso para su proyecto paralelo, Renegade Creation. Y la banda entera, tanto de manera mancomunada como en lo individual, deslumbró en Nothing to nobody, el tema de Michael McDonald que Ford versionó en Supernatural, de 1999. Luego del solo expeditivo del guitarrista, Allen se despachó con un derroche de creatividad desde su bajo de cinco cuerdas y dio pie para que Little terminara aporreando su batería de menor a mayor. Justamente de ese disco del 99 salieron otros dos temas que sonaron ayer: Lovin’ cup  la propia Supernatural.

Al público jazzero lo deleitó con un instrumental que recordó a su etapa con los Yellowjackets y a los bluseros les regaló un momento muy emotivo cuando le dedicó al recientemente fallecido Johnny Winter su Cannonball shuffle, inspirada en Freddie King, que compuso para su álbum Keep on running, de 2003. Una mención destacada merece el sonidista, quien logró que la guitarra de Ford se escuchara con absoluta nitidez y su voz con mucha claridad, mientras que generó un contorno óptimo para que la sección rítmica se perciba en todo su esplendor.

Tal vez pudo haber tocado un poco más, es cierto… pero lo que nos dejó en esa hora y veinte minutos fue alucinante. El Robben bueno, el que no se tira, demostró una vez más que lo suyo va más allá de cualquier clasificación, si es blues o lo que sea. Es música interpretada desde la más honda convicción de un artista inquieto y talentoso que nunca se guarda nada.

El nuevo astro del firmamento blusero

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Un nuevo astro asoma en el firmamento blusero. Tiene 29 años y su nombre no es tan difícil de pronunciar como parece al leerlo por primera vez. Selwyn Birchwood acaba de lanzar su primer disco para un sello importante en el que muestra que, además de ser un tremendo guitarrista y gran cantante, es un notable compositor. En cada uno de sus temas se percibe una búsqueda por tratar de innovar respetando la tradición, una tarea que implica un gran desafío.

Esta es su historia. Selwyn nació el 9 de marzo de 1985 en Orlando, Florida, muy cerca de Disneyworld. Su madre es inglesa y su padre de Trinidad y Tobago. A los 13 años empezó a tocar la guitarra con cierto interés, hasta que escuchó a Jimi Hendrix. Su destino entonces empezó a moldearse. Indagando en las raíces de Hendrix descubrió a Buddy Guy, Freddie King, Albert King y Albert Collins. Cuando tenía 19 años, un amigo le presentó al guitarrista Sonny Rhodes. Ese encuentro terminó de sellar su camino. Rhodes quedó muy impresionado con el joven y lo sumó a su banda. No sólo se lo llevó de gira por Estados Unidos y Canadá, también le enseñó muchos secretos con la guitarra, lo implsó a perfeccionarse con el lap steel, le mostró los yeites del negocio y de cómo mostrarse arriba de un escenario.

En paralelo, Selwyn siguió con sus estudios y se recibió de licenciado en administración de empresas en la Universidad de Tampa. Con el título en la mano, decidió que ya era el momento de lanzarse de lleno a la música. Así fue como formó su banda y editó dos discos de manera independiente que sólo se vendieron en su zona de influencia. El 2013 fue su año. Ganó dos premios en el prestigioso International Blues Challenge en Memphis: mejor guitarrista y mejor banda. Bruce Iglauer, dueño del sello Alligator y probablemente uno de los tipos que más sabe de blues en el mundo, puso el ojo en él. Poco después llegaron a un acuerdo y Selwyn firmó contrato.

Alligator Records se caracterizó desde sus inicios por ser un sello progresista dentro del blues y su política actual es coherente con su historia. Siempre buscó un equilibrio entre la tradición y la innovación, y sus discos son testimonio del mejor blues desde hace 40 años. Hoy, además, el sello se la juega por una nueva camada de músicos jóvenes que transitan los márgenes del género respetando su espíritu. Ellos son Jarekus Singleton, Anders Osborne, J.J. Grey y Selwyn, quien tiene un estilo más clásico que el de los otros músicos mencionados, pero con un sonido más vertiginoso.

Las joyas del álbum son Walking in the lion’s den, en la que canta como si estuviera poseído por Tom Waits; en The river turned red se luce con unos solos que reflejan la amplia gama de influencias que lo moldearon como guitarrista; Love me again es una balada blusera al mejor estilo Robert Cray; y Tell me why tiene unos riffs muy power y una rítmica picante. Dos temas reflejan, por contraposición, lo abierto y creativo que es como compositor: Overworked and underpaid es un blues con una estructura bien tradicional, mientras que el tema que le sigue, She loves me not, tiene una melodía adhesiva con la onda del soul moderno. Otro momento supremo del álbum es el slow blues Brown paper bag en el que, recostado sobre el discreto sonido de un hammond, se manda unos punteos de antología.

La banda está conformada por Regi Oliver en saxos, Donald "Huff" Wright en bajo y Curtis Nutall en batería, más los aportes ocasionales de Josh Nelms en guitarra rítmica, RJ Harman en armónica y Dash Dixon en teclados, con la colaboración especial de Joe Louis Walker que suma su guitarra con slide. Don't call no ambulance es un disco al que no le falta nada y que muestra todo el potencial de un joven artista, integrante de una nueva generación de bluseros, que llevará al blues a una nueva dimensión.

How can a poor man stand such times and live?

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En 1970, Warner Brothers editó el primer disco solista de Ry Cooder, un talentoso músico de apenas 22 años, que venía de tocar junto a Taj Mahal en una mítica banda que se llamó The Rising Sons, y quien también había participado en grabaciones de los Rolling Stones y Captain Beefheart. El álbum, que se llamó como él, lo posicionó como uno de los músicos folclóricos más innovadores de la época. Así como el primer disco de Bob Dylan, ocho años antes, su debut estaba plagado de covers de Woody Guthrie, Leadbelly, Bind Blake, Blind Willie Johnson y Mississippi Joe Callicot. Pero la canción que realmente se destacó por su melodía y sus arreglos fue How can a poor man stand such times and live?

La versión original fue escrita y grabada por Blind Alfred Reed en 1929 y relata las penurias que un hombre debió enfrentar durante la época de la Gran Depresión, tras el crash financiero de Wall Street. El eje de la letra hace foco en la inflación que disparó los precios en los Estados Unidos y en la miseria que eso ocasionó. Reed grabó el tema acompañado por su hijo Arville en guitarra mientras él cantaba y tocaba el violín. How can a poor man stand such times and live? está considerada como una de las primeras canciones de protesta, que tendrían su apogeo treinta años más tarde con el movimiento por los derechos civiles y las protestas contra la guerra de Vietnam.

Reed nació completamente ciego el 15 de junio de 1880 en Floyd, Virginia, en el seno de una familia conservadora. No hay mucha información sobre su infancia y adolescencia, aunque se sabe que empezó a tocar el violín cuando era pequeño y que lo hizo en la Iglesia, en fiestas y hasta en las esquinas a cambio de unos pocos peniques. En 1927 fue descubierto por Ralph Peer, el director de Bristol Sessions, clave en el desarrollo de la música country, y grabó cuatro canciones con impronta religiosa para el sello Victor. En 1929 volvió a los estudios y dejó una decena de temas más. Recién en 1998, el prestigioso sello Document relanzó todo su material en orden cronológico en CD. Reed no volvió a pisar un estudio de grabación pero siguió tocando hasta 1937 en la zona de Mercer County, en West Virginia, hasta que una ley local prohibió a los músicos callejeros y tuvo que pasar a un retiro forzado. El destino fue cruel con este precursor de la canción de protesta: murió de hambre el 17 de enero de 1956.

Pero su legado le ganó al tiempo y repercutió entre muchos músicos de country y folk. Cooder la tocó infinidad de veces en vivo -una hermosa versión es la que figura en Broadcast from the plant de 1974- y Bruce Springsteen, entre otros, también registró la suya en vivo rodeado de una sección de cuerdas y un coro formidable. How can a poor man… es una crónica musical de una época muy dura, en la que el capitalismo mostró su costado más despiadado, ese que se volvería a aparecer a lo largo de los años y que nos sigue azotando hoy. Pese a su ceguera, Reed fue un completo visionario.


La versión original de Alfred Reed:

La vida por el blues

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The blues came callin’ es el testimonio de un hombre que lucha por su vida, día a día, sin tregua. En el tema The bottom of the river Walter Trout canta: “Entonces vi mi vida frente a mí y entendí que quería vivir más / y entendí tantas cosas más que antes no comprendía / vi a todas las personas que amé y todo lo que hice mal / los lugares que dejé atrás y los que pertenezco / escuché una voz adentro mío que parecía que lloraba / y la escuché gritar tan fuerte ‘es la hora en que vas a morir’ / entonces fue que decidí aferrarme a la vida / y encontré una fuerza en mi interior que me llevó a pelear con todo / salí a la superficie y engañé a la muerte”. La música es un blues crudo, a base de slide y guitarra resonadora, con solos de viola eléctrica y armónica que Trout sentencia de manera visceral.

El ex guitarrista de los Bluesbreakers de John Mayall estuvo realmente a punto de morir a comienzos de año por una enfermedad que afectó su hígado y lo llevó a perder casi 50 kilos en pocos meses. Ese problema se sumó a que no tenía el dinero para afrontar el tratamiento indicado, en un país como Estados Unidos en el que sólo tienen acceso a una buena cobertura médica quienes pueden pagarlo. A través de una amplia red de difusión por Internet y algunos medios de comunicación, cientos de almas solidarias, entre ellas las de muchos fans, aportaron el dinero suficiente para ayudarlo. En mayo fue sometido a un trasplante y, si bien al principio sufrió algunas recaídas lógicas tras semejante intervención, hoy se recupera en una clínica de Omaha, Nebraska.

Cuando la enfermedad golpeó a su puerta estaba en plena grabación de este disco. Así que muchas de las canciones las escribió pensando que tal vez serían las últimas. The blues came comin’, editado por Provogue Music Production, es su vigésimo primer álbum. Eso sin contar los tantos otros que grabó junto a Mayall. En este último trabajo mantiene esa fusión de blues rock que lo caracterizó, aunque en líneas generales esta vez las canciones tienden a ser más bluseadas que rockeadas.

Diez de los doce temas fueron escritos por él. El ya mencionado The bottom of the river es el más impactante por lo que representa, por su sonido y porque su voz entona cada estrofa como si fuera la última. Take a little time es bastante más animada, con un ritmo que recuerda a la House is a rockin’ de Stevie Ray Vaughan, aunque no tan frenética. Born in the city es un slow blues en el que la guitarra ataca punzante desde su inicio y el tema que da nombre al disco es un blues bien básico jerarquizado por el hammond de John Mayall. Su ex jefe se suma también en una composición propia, Mayall’s piano blues, en el que ambos mantienen un diálogo a base de solos. El único cover es la magistral The whale have swallowed me, del legendario J.B. Lenoir.

La vida sigue para Walter Trout. También siguen los blues. Dos cosas a las que este notable guitarrista se aferra con todo lo que tiene.

Blues con acento cordobés

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Pol Castillo – Brindo (2014). Al guitarrista Alberto Pol Castillo, admirador de John Campbell, le tira tanto el blues como el rock y eso queda de manifiesto en sus discos. En este, el segundo, ratifica el rumbo elegido y logra plasmar un sonido propio. Músicos muy talentosos jerarquizan aún más el trabajo. A Ricardo Tapia, Alejandro Yaques y Nicolás Raffetta se le suma un trío de guitarristas internacionales con estilos diferentes: el español Javier Vargas, el estadounidense Scott Weis y el brasileño Duca Belintani combinan su virtuosismo al servicio del cordobés. Todos los temas son originales y cantados en español. La calidad de grabación es notable y eso hace que la esencia de Brindo se luzca más. Castillo se muestra sólido cuando arremete con el slide en Septentrional blues, o desatando su furia rockera en Ángel de la noche y La frontera. El resto de las canciones son expresiones potentes del carismático Pol.

La Arcaica Blues Rural – La Arcaica Blues Rural (2013). Esta banda surgida en la ciudad de Córdoba se inspiró en el blues rural de los primeros años del siglo XX para darle forma a un proyecto que privilegia lo estilístico antes que lo comercial. El álbum debut tiene cinco canciones, todas interpretaciones muy consistentes de los viejos pioneros del blues. Abren con la tradicional Catfish blues, y siguen con una versión muy personal de guitarra, armónica y vos de It serves me right to suffer, de John Lee Hooker. El track list incluye un clásico del country, Honky tonk blues, de Hank Williams, en el que el banjo, la mandolina y las guitarras realizan un festín de cuerdas, y la hermosa make me a pallet on the floor, de Mississippi John Hurt. Cierran con una versión de Love in vain, de Robert Johnson, más campestre y animada que la original. La banda se sostiene en la voz de Paulina Gallardo y el combo de guitarras que conforman Pablo Storani, Carlos Carranza, Nicolás Monasterolo, Luciano Grinschpun y David Quarchoni, más el aporte de Ezequiel Gallardo en bajo, Yami Echegaray en mandolina y Camila Mennitte en percusión.

La esencia del viejo maestro

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La historia de Eric Clapton está tan ligada al blues como a la música de J.J. Cale. Y Clapton es un hombre agradecido: al blues le rindió tributo en cada uno de sus discos y además grabó álbumes enteros dedicados al género como From the cradle, Me and Mr. Johnson, Sessions for Robert J y Riding with the King, junto a B.B. King. Con Cale su vínculo siempre fue estrecho: en los 70 versionó dos de sus temas más emblemáticos, After midnight y Cocaine, y en 2006 editaron un disco juntos, The road to Escondido. Ahora, a un año de la muerte del músico de Oklahoma, Clapton invitó a algunos amigos al estudio para homenajearlo. ¿El resultado? Un álbum prolijo, relajado y sentido.

The Breeze - An appreciation of J.J. Cale, es también un disco previsible. No hay sorpresas, más allá de los nombres que aparecen en los créditos. Clapton procuró que el álbum tuviera ese sentido retraído que tenía Cale a la hora de presentar sus temas. Es por eso que no hay muestras de virtuosismo, sino más bien una comunión musical que buscó captar la verdadera esencia del amigo y maestro que ya no está.

Acompañan a Clapton algunos de los músicos que suelen salir de gira con él y otros experimentados cesionistas, entre ellos los guitarristas Doyle Bramhall II, Don Preston, David Lindley y Albert Lee; así como también Greg Leisz (pedal steel), Jimmy Markham (armónica), Simon Climie (teclados), Nathan East (bajo) y los reconocidos bateristas Jim Keltner y Jamie Oldaker. También hay invitados con más cartel. Tom Petty interpreta junto a Clapton Rock and roll records, The old man and me y I got the same old blues. John Mayer, en tanto, se suma en Lies, Magnolia y Don’t wait, tal vez el tema más intenso del álbum. El ex guitarrista de Dire Straits y también discípulo de Cale, Mark Knopfler aporta el sonido cansino de su guitarra en Someday y Train to nowhere. El violero de los Allman Brothers, Derek Trucks, y Willie Nelson colaboran en un par de canciones más. El último de la lista es el guitarrista y compositor Don White, heredero del sonido de Tulsa, quien comenzó su carrera al lado de Cale.

“Eric fue maravilloso. Tuvo un respeto absoluto por la música de Cale, por Christine Lakeland (la viuda, que también participó del disco) y su familia. Y los artistas que participaron no trataron de imponer sus estilos, sino que respetaron el de Cale”, dijo White en una entrevista al USA Today.

Con las botas puestas

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Johnny “Guitar” Watson tocó los primeros acordes de Superman lover y el público que había copado el Ocean Boulevard Blues Café de Yokohama estalló de júbilo. El estruendo de la gente se aplacó con el primer verso de la canción. Entonces, lo imprevisto: Watson giró el micrófono, se apoyó una mano en el pecho y se desplomó. Fue un momento de confusión. Algunos pensaron que era parte del show. La banda siguió tocando unos instantes más, casi por inercia, hasta que el promotor y un asistente entraron corriendo para asistirlo. Eran las 19.40. La ambulancia tardó unos diez minutos en llegar y Watson fue llevado al hospital más cercano. Los médicos trataron de reanimarlo con masajes cardíacos pero no pudieron corregir su destino. Watson fue declarado muerto a las 21.16 del 17 de mayo de 1996. Tenía 61 años.

La muerte lo encontró de gira por Japón. Había llegado a ese país el 11 de mayo y en menos de una semana tocó en Osaka, Kyoto y Nagoya, y todavía tenía dos fechas más previstas en Tokio. Si bien en los tres shows previos Watson se mostró enérgico y entretenido como siempre, la noche anterior a su deceso se canceló un recital en Sapporo porque, según se informó, el artista estaba agotado. Días después trascendió que Watson se estaba tratando con nitroglicerina, que se usa como vasodilatador para prevenir la enfermedad isquémica coronaria, el infarto agudo de miocardio y la insuficiencia cardíaca congestiva, pero eso fue rechazado rotundamente por la viuda, Susan Maier Watson.

El 19 de mayo, en el Hibiya Yagai Ongakudo, donde Watson compartía cartel con la legendaria banda japonesa de blues Ukadan y James Cotton, sus músicos se subieron al escenario y uno de ellos dijo: “Johnny una vez nos dijo que si tenía morir quería que fuera arriba del escenario”.

Watson había nacido el 3 de febrero de 1935 en Houston. Contemporáneo de Albert Collins y Johnny Copeland, empezó tocando el piano, instrumento con el que grabó para el saxofonista Chuck Higgin’s el clásico jump blues Motorhead baby, en 1952. Dos años después se pasó definitivamente a las seis cuerdas y grabó su primer single, Space guitar. El nombre artístico se lo asignó luego de ver la película protagonizada por Joan Crawford, Johnny Guitar.

Muchas veces el público blusero no lo reconoce como uno de los emblemas de la guitarra, tal vez porque su carrera estuvo más ligada al R&B, e incursionó en el soul, el funk y hasta grabó un disco de jazz para el sello Chess. Su canción más famosa, Gangster of love, que lanzó en 1957, influenció a toda la generación de músicos de fines de los 60 y los 70, como Johnny Winter, Steve Miller, Frank Zappa y los hermanos Vaughan, entre otros. En una entrevista, Watson incluso se adjudicó ser el inventor del rap: “Hablar siempre fue el nombre del juego. Cuando canto, estoy hablando con melodía; cuando toco, estoy hablando con mi guitarra; puedo estar hablando basura, pero en definitiva estoy hablando”.

La muerte lo sorprendió con las botas puestas, como él quería, arriba de un escenario. Pero ocurrió muy lejos de su casa y, como casi siempre ocurre, cuando uno menos lo espera. Hoy es tiempo de enaltecer su figura y revalorizar su música.

De Muddy a Mud

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La carrera de Mud Morganfield despegó casi en simultáneo con su primera visita a la Argentina, allá por 2009. Hasta entonces había lanzado un solo disco para un sello independiente –Fall water fall (2008)- y su nombre apenas aparecía en los carteles de los grandes festivales. Es cierto que se dedicó a la música tardíamente, algunos años después de la muerte de su padre, y que el camino para él no fue nada fácil. No cualquiera puede cargar en sus espaldas con ser el hijo del más grande bluesman de toda la historia. Pero en este último tiempo logró capitalizar su poderosa voz de barítono y su presencia escénica, y empezó a escalar hacia la cima del blues.

Tras su disco en vivo con los Dirty Aces y Son of the seventh son, editado por Severn Records en 2012, Mud volvió a los estudios, esta vez acompañado por el gran armoniquista Kim Wilson, para grabar un álbum dedicado a la memoria de Muddy Waters. A priori esto no parece original, y ciertamente no lo es, pero las interpretaciones de los temas son muy auténticas: se nota que Mud está intentando revalorizar el sonido de su padre pero con una fuerte impronta personal.

La banda que los secunda es un lujo: Billy Flynn y Rusty Zinn se ocupan de las guitarras, Barrelhouse Chuck toca el piano con notable maestría, y Steve Gomes y Robb Stupka llevan adelante la rítmica con la contundencia que solían tener las que acompañaron al padre del blues de Chicago. Si lo que hace Mud con la voz es atrapante, lo de Wilson con la armónica es superlativo. El líder de los Fabulous Thunderbird lleva el ADN de Little Walter y eso queda patente en cada una de sus intervenciones.

El repertorio incluye más de una docena de clásicos que solía interpretar Muddy Waters, muchos compuestos por él y otros por Willie Dixon. Se destacan las versiones de Nineteen years old y I just want to make love to you, con un solo de Wilson descomunal.

For Pops… era el disco que Mud tenía que hacer, como cualquier hijo que honra el legado musical de su padre. Era un mandato irrenunciable, que conllevaba ciertos riesgos y que Mud sorteó con altura, gracias a la compañía de Wilson en armónica y, principalmente, por mérito propio.

La dama blanca de la música negra

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Tres cosas se destacan del nuevo disco de Cristina Aguayo: su increíble registro vocal, la originalidad de las versiones y la calidad del sonido. Water me es un álbum muy bien logrado, con grandes momentos y un denominador común: recrear el espíritu musical de otrora pero desde una perspectiva contemporánea.

Cristina Aguayo lleva más de 30 años ligada a la música y a la docencia, y es una de las voces más emblemáticas del blues, el góspel y el jazz. Gracias a ella, en los 90 nacieron Las Blacanblus y muchas otras reconocidas vocalistas se perfeccionaron en sus clases de canto. Ahora con este disco, Aguayo vuelve al centro de la escena musical.

Don Vilanova
Según me contó Luis Mielniczuk, el álbum se llama así porque es la traducción literal de su apellido que hizo B.B. King cuando la conoció en una de sus visitas al país. Grabado en los estudios Léxico y producido por Matías Parisi, Water me tiene 12 canciones orientadas a la música negra en la que la cantante cuenta con el respaldo de músicos de primer nivel: Mauro Diana está a cargo del bajo, mientras que en batería y percusión alternan Parisi, Pablo Rojas y Daniel Volpini. El Tano Baccega en guitarrista acústica está presente en casi todos los temas, mientras que Don Vilanova y Ricardo Pellican suman sus punteos filosos en distintas canciones. Germán Wiedemer acompaña desde los teclados, y An Díaz y Mariel Caló suman hermosas armonías desde los coros.

Deborah Dixon y Cristina Aguayo
El álbum comienza con la tradicional St James Infirmary, pero aquí con bastante más swing y un maravilloso solo de trompeta de Alejandro Gómez Ferrero. Sigue con un blues duro, una composición propia que se llama I was raised alone, en la que alterna voz con Deborah Dixon al calor de un férreo punteo con slide de Don Vilanova. Y redondea el primer tercio con una sutil versión de Nobody knows you when you’re down and out. El slide penetrante de Don Vilanova regresa en Life goes on, de la gran Big Mama Thorton. En Black & blue, de Fats Waller, la cantante parece poseída por la mística de Nina Simone. Sorprende con una versión casi a go go de Joshua fit the battle of Jericho, un negro spiritual del siglo XIX. El homenaje a B.B King no podía quedar de lado y para eso eligió Guess who, que el Rey del Blues grabó por primera vez en 1972, en la que otra vez Don Vilanova marca el terreno con un solo muy profundo. En See that woman, otra de sus composiciones, vuelve sobre los pasos de Nina Simone, tal vez su máxima influencia.

La última parte del disco tiene una interpretación muy poco convencional de Sweet home Chicago, con la participación de Claudio Kleiman en guitarra eléctrica. Después, con Cristina Dall al piano y acompañada por Viviana Scaliza en voz, se recuesta en el country boogie con Sixteen tons, clásico de Merle Travis, para saltar sin escala a otro negro spiritual, If he change my name, acompañada solo por la percusión de Parisi. El cierre es tan raro como el nombre de la canción: Is odd tiene cierto ritmo de chacarera que se diluye cuando Javier Meza ataca con su Lap steel y ella encara el estribillo con pasión blusera.

Water me es un disco innovador, tanto por las interpretaciones de viejos clásicos como por sus nuevas composiciones, pero es también es la consolidación de una artista que durante décadas se mantuvo fiel a sus convicciones y a la música que ama.

https://soundcloud.com/leloirecords/i-was-raised-alone-cristina-aguayo

Blues y buena onda

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Elvin Bishop, 71 años, blues y mucho humor. Esa combinación es la que vibra durante los 39 minutos que dura su flamante álbum, Can't even do wrong right, lanzado por el sello Alligator. Son diez canciones en las que el slide del ex integrante de la Paul Butterfield Blues Band arrasa con soberbia sobre las cuerdas de su Gibson ES 335.

La revista Guitar World lo describió a él como “un extraordinario guitarrista con mucha destreza y talento”. Además le agregaría como punto sobresaliente su experiencia, porque también en eso radica el núcleo de sus interpretaciones. Bishop ha demostrado a lo largo de su carrera que el blues es mucho más que tristeza y melancolía. Y este disco ratifica todo eso. Desde el mismo comienzo, con la vibrante Can't even do wrong right y un magnífico cover de Blues with a feeling, de Little Walter, deja sentadas las bases de su música.

Charlie Musselwhite suma su armónica en Old school y No more doggin’, jerarquizando aún más un álbum que ya está bueno de por sí. El otro invitado es Mickey Thomas, vocalista de aquella discreta banda de los 70 Jefferson Starship, que aquí canta con notable registro Let your woman have her way, una balada blusera que escribió junto a Bishop especialmente para este trabajo. El resto de las canciones son temas compuestos por el guitarrista más tres covers: Bo weevil, de Fats Domino; Hey-ba-ba-re-bop, de Lionel Hampton; y una versión instrumental de Honest I do, del gran Jimmy Reed, que según Bishop fue el primer blues que escuchó en su vida.

Todo el disco está apuntalado en la rítmica de una banda muy sólida comandada por el multiinstrumentista Bob Welsh, con la que Elvin Bishop se siente muy a gusto. Para él, “todo este disco tiene un sentimiento ligado a mis historia”. Y es tal cual: blues y buena onda, las banderas que este maestro no piensa bajar.

El inmortal

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Durante sus últimos meses de vida, Johnny Winter no paró de tocar. Siguió con su gira por los Estados Unidos y Europa, y el tiempo que no estuvo en la ruta lo pasó recluido en los estudios Carriage House, en Connecticut, grabando el trabajo que estaba pensado como la continuidad de Roots (2011), pero que terminó siendo su álbum póstumo. Step back es un gran disco y cobra un nuevo sentido ante el vacío de su ausencia.

Producido por Paul Nelson y editado por Megaforce Records, el álbum tiene 13 temas en los que Winter deja su alma al desnudo, con interpretaciones viscerales, tanto desde lo vocal como desde las seis cuerdas. Al igual que en Roots, el viejo maestro invitó a una selección de músicos para jerarquizar la producción, pero aquí se propuso –y lo logró- recrear con las canciones una guía de viaje por los lugares más emblemáticos del blues: Mississippi, Chicago, Texas, Nueva Orleans y Memphis.

El primer tema es una verdadera novedad: Winter se zambulle en Unchain my heart, el clásico de Ray Charles que popularizó Joe Cocker, respaldado por un coro femenino con mucho soul y la sección de vientos de los Blues Brothers, con Tom Malone y Lou Marini como principales figuras. Luego, junto a Ben Harper, interpretan una arrolladora versión Can’t hold out (Talk to me baby), de Elmore James, en la que además de combinar voces, entrelazan sus slides, el albino desde su guitarra Firebird y Harper desde su lap steel.

Eric Clapton y Winter cruzan filosos solos en I don’t want no woman, de Bobby “Blue” Bland; en Killing floor, de Howlin Wolf, el tornado texano deja que florezcan Paul Nelson con su guitarra y su amigo Frank Latorre en armónica; y en Who do you love, de Bo Diddley no hay invitados, pero si una exquisita mezcla de guitarras con un ritmo atrapante. Las seis cuerdas entran en un frenesí endemoniado cuando Brian Setzer, ex Stray Cats, se suma en Okie dokie stomp, con los vientos de los Blues Brothers como colchón rítmico.

Además de Nelson, completan la banda el pianista Mike DiMeo, el bajista Scott Spray y el baterista Tommy Curiale.

En Where can you be, de Jimmy Reed, Winter y Billy Gibbons, de ZZ Top, ponen a Texas de pie con unos punteos extraordinarios. Algo similar sucede en el track siguiente cuando une su talento con el virtuosismo de Joe Bonamassa en los casi ocho minutos que dura la majestuosa Sweet sixteen, de B.B. King, una vez más con el aporte de los vientos a cargo de Malone y Marini. Tal vez el momento más profundo y significativo de todo el álbum es cuando Winter desciende a las aguas barrosas del Mississippi con una national steel guitar y encara la estremecedora Death letter, de Son House. El último tramo del álbum encuentra a la leyenda junto a Jason Ricci rindiendo tributo a Little Walter con My babe; y elevando octanos rockeros con Long tall sally y la guitarra furiosa de Leslie West, más una enérgica versión de Mojo hand acompañado por el guitarrista de Aerosmith, Joe Perry. En el final suena el piano de Dr. John en una emotiva Blue Monday, de Fats Domino.

Step back deja en claro que nunca más se podrá hablar de él en pasado, porque si bien ya no está físicamente, su música lo trasciende. Johnny Winter fue una leyenda en vida y un ícono absoluto del blues. El 26 de julio dio un paso a la inmortalidad y desde ese sitio intangible nos ilumina a todos con su música.

Lou, Blas & Blues

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Estos dos nuevos discos representan las distintas aproximaciones al blues que se dan en el circuito porteño. Él, guitarrista con más de 20 años de experiencia, que tocó con renombrados músicos como Alejandro Medina, Pajarito Zaguri, Rubén “King” Alfano y el Blusero León Vanella, volcó aquí un puñado de temas propios que grabó hace algunos años. Ella, una joven alumna de La Escuela de Blues, que integró coros de otras bandas, se animó a hacer covers en inglés de sus máximas influencias.

Blas & Amigos - ¿Tanto cuesta? El guitarrista Blas Rizzardo grabó los 13 temas que conforman el álbum en los estudios del Nuevo Milenio (Melopea) entre noviembre y diciembre de 2005. La espera fue larga, es cierto, pero valió la pena. Acompañado por Gabriel Gerez en piano, Roberto Huala en bajo y Juanito Moro en batería, Rizzardo dio forma a un puñado de composiciones propias, con fuerte ascendente blusero, pero con un toque bien porteño. Comienza con Risas falsas, un tema en clave de boogie, que cuestiona la vulgaridad de los lujos, en el que cuenta con Pajarito Zaguri en coros y Giuseppe Popuolo en saxo. En Hasta cuándo, Rizzardo canta junto con Mariana Diggs sobre un amor que se desgastó, acompañados por un solo filoso de guitarra a cargo de Josué Marchi. En Ni loco, su voz sigue a dúo con la de Diggs mientras la armónica expeditiva de Luis Robinson se expresa con mucho sentimiento, al igual que en Debo olvidar. Princesa es una balada campestre, inspirada tal vez en los Rolling Stones de Exile on Main Street, con el toque sutil de Litto Nebbia en teclados. En Funky town, Rizzardo y Don Vilanova elevan sus punteosen un claro homenaje a Albert King, mientras el bajo de Alejandro Medina les marca el ritmo. Te vi es un boogie de la vieja escuela con una notable interpretación al piano de Gerez. Y la perla del disco es Natural, un cover de Tanguito, con Pajarito, Nebbia, Don Vilanova y Medina como invitados. Al escuchar todo el disco, la respuesta a la pregunta del título es evidente: sí, cuesta mucho pero eso al final de cuentas no es más que otro valor agregado.

Lou Hernández – Blue. Para llegar hasta aquí, la cantante y guitarrista Luciana Hernández recorrió el camino adecuado: escuchó, estudió, practicó y colaboró en distintos coros. Hace poco decidió formar su propia banda para grabar un disco dedicado a sus máximas influencias. Y el resultado es sorprendente. Desde lo vocal, Hernández se destaca por sus registros en versiones de temas de Nina Simone como Feeling good o My baby just cares for me, o cuando destila una profunda melancolía en el clásico Come rain or come shine. Además su trabajo con la guitarra es muy interesante en All your love, de Magic Sam, y Love me like a man, de Bonnie Raitt. Hernández descansa en una sección rítmica muy solvente a cargo de Roberto Seitz en bajo y contrabajo, y Leonel Torres en batería, más el aporte del experimentado Bob Telson, un pianista y compositor francés radicado en la Argentina, con una reconocida trayectoria musicalizando obras teatrales y películas. Dos guitarristas aportan sus solos y tiñen aún más de azul su debut discográfico: Nacho Ladisa en As long as I’m movin’, de Ruth Brown, y Roberto Porzio en el clásico Every day I have the blues. Sin embargo, ella se anima sola con la guitarra en las creaciones de dos maestros como T-Bone Walker y B.B. King: Stormy Monday y The thrill is gone. Todas las canciones de Blue representan el background de esta joven cantante que tiene un gran presente y ya moldea un futuro mucho más que promisorio.
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