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Channel: MALBEC & BLUES
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Frenesí rockero

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Tommy Castro es uno de los guitarristas más calientes y enérgicos de la escena actual. Con una base de blues, despunta el vicio de sacarle fuego a su guitarra con potencia rockera. Castro, que aprendió a tocar escuchando a Mike Bloomfield, Elvin Bishop y Eric Clapton, acaba de lanzar su álbum número 12, el tercero para Alligator Records. The Devil you know certifica su firma de guitar hero. “Siempre estoy moviéndome para adelante, escuchando nueva música e incorporando ideas. La escena contemporánea del blues está repleta de nuevos sonidos, es una época muy excitante”, dijo durante una entrevista que realizó para presentar del disco.

En trabajos anteriores, especialmente cuando grababa para el sello Blind Pig, Castro solía orientar su música hacia el soul y el funk, incluso llegó a versionar temas de James Brown. Ahora, la cosa ha cambiado ostensiblemente. Si bien su estilo furioso es el mismo, tiene una inclinación mucho más rockera. Desde el comienzo, con el tema que da nombre al álbum, el guitarrista nacido en San José, California, deja en claro cuáles son sus intenciones.

The Devil you know tiene un plus: una selección de invitados que jerarquizan el álbum aún más. La aparición más rutilante es la de Joe Bonamassa, de quien a esta altura deberíamos pensar que tiene uno o dos clones. Al margen de tener una agenda muy cargada como solista y con sus proyectos paralelos, el tipo se da maña para colaborar en cuanto disco lo inviten. Aquí mantiene un duelo de guitarra muy interesante con Castro en I’m tired. La joven cantante Tasha Taylor aporta su dulce voz en el tema más tradicional de todo el disco, The whale have swallowed, del gran J.B. Lenoir.

Otro duelo lacerante es el que Castro mantiene en When I cross the Mississippi con Mark Karan, violero que supo acompañar a Bob Weir, Huey Lewis, Paul Carrack y Delaney Bramlett. En Mojo Hannah, Castro se zambulle en el sonido de Nueva Orleans y le da pie al piano y la voz melódica de la gran Marcia Ball. En Two steps forward se produce un encuentro fantástico: el legendario guitarrista Magic Dick suma su sonido West Coast apoyado en el canto profundo de los Holmes Brothers, mientras Castro se balancea entre ellos con la soltura de un rocker maduro.

Karan tiene una nueva participación en Keep on smilin’ y cierra la lista de invitados la ascendente Samantha Fish, quien aporta voz y seis cuerdas en Medicine woman. Castro encara como protagonista excluyente junto a su banda, The Pain Killers, los otros seis temas del disco. Todos tienen ese frenesí rockero que el artista buscó para darle una identidad a su flamante trabajo.

“El desafío de este álbum era incorporar diferentes sonidos y nuevos ritmos sin alejarme de mis raíces. Para escribir las canciones utilicé nuevas ideas y me guié por los ritmos de la batería para delinear las líricas”, resumió el artista. The Devil you know ratifica que es uno de los músicos más enérgicos y talentosos del momento y que todavía tiene mucho más para dar.


Tres dedos, todo el blues

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Nota publicada en Tiempo Argentino
Atarse los cordones es algo normal y rutinario para cualquier persona, pero para él es una complicación. Tito Maza nació con el síndrome de bandas de constricción congénitas, que le produjo malformaciones en ambas manos: casi no puede utilizar la derecha, y en la izquierda sólo cuenta con tres dedos. Pero transformó esa carencia en un don. Y con apenas 21 años, se convirtió en un extraordinario pianista de blues.

Tito oculta su pelo revuelto bajo un sombrero fedora, que no disimula el extenso mechón rasta que asoma por un costado, y viste de negro. Su mano derecha descansa en el bolsillo del pantalón. Acompaña su relato con la izquierda. "Cuando tenía nueve años me regalaron un piano de juguete y así empecé", cuenta. Las clases de música en la escuela Sagrado Corazón de Hurlingham lo ayudaron mucho. "Como no podía tocar la flauta dulce, la maestra me permitió llevar el pianito y así aprendí las primeras notas. Quizás si no me hubiese pasado esto de las manos jamás me habría dedicado al piano", reflexiona.

De chico soportó tres operaciones en sus brazos. Cuando cumplió 12 años, sus padres le regalaron un teclado Casio CTK 100 para principiantes y así empezó a practicar con más ganas. Al año siguiente, su tío Marcelo, apenas un año mayor que él, le pidió que lo acompañara a unas clases de guitarra gratuitas que daban en un comedor de William Morris. Tito fue con su teclado, prestó atención y adaptó las enseñanzas a sus necesidades. "Así –resume– aprendí los primeros acordes." Tiempo después, Marcelo lo invitó a sumarse a su banda de rock. Tocó con él hasta 2011.

Pinetop Perkins
Ese año marcó un quiebre en la vida de Tito. "Navegando por Internet descubrí el disco Pinetop's Boogie Woogie –del pianista negro oriundo del Mississippi, Pinetop Perkins– y me cautivó. Después empecé a escuchar a otros pianistas, principalmente a Johnnie Johnson (quien fue compañero de ruta de Chuck Berry)." Así, casi sin proponérselo, se dio cuenta de que tenía una tendencia natural para el boogie woogie y el shuffle. Si bien su inglés es limitado y entiende a medias las letras de las canciones, lo atrajo ese ritmo cadencioso y atrapante que tiene el blues. El paso siguiente fue cambiar los teclados –ahora tiene un Roland Juno D– y ponerse a estudiar. Así llegó a la Escuela del Blues del Collegium Musicum y empezó a tomar clases con el reconocido pianista de jazz Leo Caruso.

"Nunca lo percibí –cuenta Caruso– como una persona con una dificultad. En la primera clase que le di, quise escucharlo tocando solo, y apenas comenzó, noté una soltura y una coherencia impresionantes. En ese momento entendí que se trataba de alguien que escucha y entiende perfectamente lo que toca, y que tiene muchísimo talento. Suena como el alma de un viejo músico encerrado en el cuerpo de un jovencito."

Adecuar su problema al piano no fue fácil. Practica entre cuatro y cinco horas por día para mejorar. "Me manejo –explica Tito– siempre en el rango de Do 4. Como sólo uso tres dedos me sale más naturalmente el fraseo que las bases. Para tocar solo se me complica un poco, pero me apoyo mucho en el pedal sustain para remarcar los bajos."

Tito –cuyo nombre de pila es Kevin, aunque nadie lo llama así– asegura que su fórmula es "99% esfuerzo", aunque los que lo escucharon, sin negar el compromiso y la voluntad que pone a la hora de ensayar, sostienen que su talento es mucho mayor.

50 Negras
El año pasado se sumó al grupo 50 Negras. Su aparición rutilante fue en la final del Segundo Concurso de Bandas de Blues, en el escenario de República de Acá, un bar de Colegiales. La banda ya había sido finalista en 2012, pero en 2013, con la incorporación de Tito, mejoraron muchísimo y fueron los ganadores. Esa noche, la mano izquierda del pianista acaparó la atención de todos. Ganar el concurso les permitió participar del Festival de Blues de Buenos Aires, a mediados de noviembre, donde 50 Negras debutó en La Trastienda y compartió cartel con músicos internacionales de primer nivel.

En la historia de la música casi no hay antecedentes de pianistas que tocaran con una sola mano. Uno, bastante remoto, es el del austríaco Paul Wittgenstein, a quien Ravel le compuso, en 1931, el Concierto para Mano Izquierda. "Me comentaron, pero todavía no lo pude escuchar", dice Tito.

Su virtuosismo captó la atención de otros músicos y por eso ya está trabajando en dos proyectos paralelos a 50 Negras. Pero los que están inmersos en esa corriente musical saben que el blues paga mal. "Me gustaría vivir de la música, tocando y dando clases. Es complicado, pero sería lo ideal." Mientras tanto, busca trabajo, porque en abril nacerá su hijo, a quien llamará Otis, en honor al pianista Otis Spann, y más allá de la ayuda de su familia, quiere mantenerlo él.

El guitarrista Mariano Bisbal, uno de sus compañeros en 50 Negras, lo define mejor que nadie: "Tito es la nota justa, la sonrisa siempre puesta y la seguridad de sentirse único, porque realmente lo es. Jamás lo escuché quejarse de nada, sólo carga su teclado en la espalda y parte rumbo al próximo lugar para tocar, en colectivo, tren o en lo que lo deje cerca. Es una persona de la que tenemos mucho que aprender. Es un auténtico pura sangre con destino de grandeza."

Armónica shock

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Billy Branch es un viejo conocido de los argentinos. Vino al país varias veces e interactuó con gran cantidad de músicos. Así que recordar quién es y qué representa dentro del mundo blues no sería novedoso. Lo que nos convoca aquí es el lanzamiento de su flamante álbum, Blues shock, el primero de estudio en diez años, y en el que muestra que puede llevar la armónica a una nueva dimensión.

Branch se mantiene leal al blues de Chicago, ese que lo vio crecer y que lo formó, pero agrega a los temas pinceladas que escapan al sonido clásico. Ya de entrada, en Sons of blues, alterna un poco de funky acompañado por la fuerza de los vientos de los Chicago Horns. Algo similar sucede en el tema que da el nombre al disco, aunque esta vez los caños sirven de terreno para un descenso de Branch al soul más vintage, con unas afiladas intervenciones del slide del guitarrista Dan Carelli. En Function at the junction sigue con ritmo souleado, aunque más apoyado en el groove de una batería frenética. Incursiona también, con un feeling asombroso, en el terreno del jazz: su armónica dispara unas notas muy coloridas en Song for my mother.

También están los temas más bluseros, claro, en los que repasa versiones de leyendas del género: una animada Crazy mixed up world, de Willie Dixon; Boom boom, de John Lee Hooker; y Dog house, de Bobby Bryant, donde sostiene un interesante diálogo con el guitarrista Ronnie Baker Brooks, invitado de lujo. La formación de los Sons of Blues tiene a dos viejos conocidos: Nick Charles (bajo) y Moses Rutues Jr. (batería) y suma, además de Carelli, al tecladista Sumito "Ariyo" Ariyoshi. La banda suena bárbaro y hacen que la armónica de Branch se luzca, tal como tiene que ser.

Blues shock representa el debut de Branch en el sello Blind Pig y lo consolida como uno de los popes del blues de Chicago actual, al igual que su brother Lurrie Bell. Ambos son los emblemas de un estilo que se niega a caer en el olvido y que para eso atraviesa una fase de reconversión, más dinámico y melódico, pero sin alejarse de sus raíces más profundas, esas que heredaron de la generación que los precedió.

Sabores, sonidos y colores de Nueva Orleans

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Este disco me lo recomendó “El Tano” Rosso, conductor de No tan distintos, hace unas semanas. Para él fue uno de los mejores discos de 2013 y la verdad no exageró. Si bien la edición del álbum es reciente, la grabación corresponde a un show que Dr. John y Donald Harrison realizaron el 23 de mayo de 1990 en el legendario Birdland, en el 2745 de Broadway, en Nueva York.

New Orelans gumbo es lo que sugiere su nombre: sabores, colores, sonidos y matices de la ciudad más variopinta y rítmica de todo el sur de los Estados Unidos. El álbum tiene ocho temas -la mayoría superan los cinco minutos- que combinan jazz, blues y el espíritu del Mardi Gras. Dr. John en piano y voz, se complementa de manera extraordinaria con el saxo alto de Harrison y la sólida rítmica que conforman Dwayne Burno en bajo y Carl Allen en batería. A ellos se les suman el percusionista Smiley Ricks y el pianista Stephen Scott, este último cuando Dr. John se anima a unos acordes con la guitarra.

El curriculum de Dr. John lo sabemos de memoria. No hay mucho que agregar a su extensa trayectoria. Pero Donald Harrison no es un personaje conocido en el mundo del blues. Fue el saxofonista de los Jazz Messengers de Art Blakey y luego conformó un exquisito quinteto junto al trompetista Terence Blanchard. Al igual que Dr. John, es oriundo de Nueva Orleans, pero en su caso las raíces son aún más profundas: al igual que su padre –Donald Harrison Sr.- se convirtió en un Gran Jefe Mardi Gras. De hecho, David Simon se inspiró en él para crear el personaje de Delmond Lambreaux en la serie Treme.

El disco es un maravilloso encuentro entre dos grandes de la ciudad Creciente muy lejos de su casa y por eso la sesión se percibe melancólica y apasionada. Al blues y la balada, a la irrupción funky un tanto contenida, la sazonan con pizcas de be-bop, post bop, nouveau swing y smooth jazz, mientras la voz de Dr. John y el saxo de Harrison dibujan secuencias místicas en el aire. Los temas son reversiones y nuevas interpretaciones de standards de Nueva Orelans, con guiños hacia Professor Longhair y Roosevelt Sykes. 

En definitiva, New Orleans gumbo es un disco que nos permite abrir la cabeza, salir un poco del molde de los doce compases para perdernos por unos instantes en el maravilloso mundo de la improvisación con la garantía de que no nos alejamos de las raíces sureñas, que tienen uno de sus puertos de entrada ahí donde el río Mississippi se funde con el fulgor del neón antes de desembocar en la mística del pantano.

Aquellos blues de antaño

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Tana Spinelli – Big road blues. Acompañada por el armonicista Horacio Cuadrelli, la cantante y guitarrista, songster como le gusta a ella, interpreta 17 temas que nos remontan a la época más primaria del blues, algo que la Tana ya había logrado con mucha pasión en su anterior disco, Brave. Doce de las canciones son clásicos de preguerra como la maravillosa Hard time killing floor, de Skip James; Some cold rainy day, de Bertha “Chippie” Hill; Screaming & cryin’, de Blind Boy Fuller; y Born and livin’ with the blues, de Sonny Terry y Brownie McGhee. Entre la selección de covers, tres de ellos pertenecen a Ernest Lawlers, apodado Little Son Joe, aunque es más recordado por haber sido el marido de la gran Memphis Minnie. La Tana y su compañero también compusieron cinco canciones inspiradas en esa época dorada del blues, los work songs y los spirituals. Al dúo, en algunos tracks, se les suma el guitarrista Andrés Magallanes. El disco tiene otra particularidad y es su edición de lujo: viene en una lata circular y con un certificado con el número correspondiente de una edición limitada. Big road blues, el clásico que Tommy Johnson compuso en 1928 y que en los sesenta inspiró a Canned Heat a componer On the road again, cobra un nuevo sentido ahora en 2014 de la mano de la Tana Spinelli, quien una vez más renueva su compromiso con la música que ama.

Semilla Negra – En vivo. El dúo rosarino acaba de lanzar su primer DVD, que fue grabado el 12 de abril del año pasado durante una presentación en el Teatro Empleados de Comercio de esa ciudad. Natalia Nardiello y Florencia Ruiz interpretan 19 canciones que nos llevan en un viaje imaginario por el sur rural de los Estados Unidos a comienzos del siglo XX o la ciudad de St Louis en la década del 30; y nos reviven a las grandes cantantes de vaudeville o a los presos ardiendo bajo el sol entonando sus work songs. Se trata de esta presentación memorable y cuidada que tuvo a ellas como protagonistas, pero que además contó con invitados como el armonicista Jacobo López, el guitarrista Mario Elena y el clarinetista Vladimir Garbulsky. Natalia Nardiello es una excelente pianista, con el pulso cargado de boogie, que además toca el kazoo (instrumento de caña que se inventó en Alabama) y hace percusión. Florencia Ruiz canta y se destaca principalmente con el banjo. Entre las dos, interpretan canciones tradicionales como Trouble in mind, Alberta y Just a closer, y además hacen un fuerte hincapié en dos históricas del género: Bessie Smith y Memphis Minnie. Como bonus hay una hermosa versión de When I’m 64 de los Beatles, con López haciendo sonar la tabla de lavar y el aporte sutil del clarinete de Garbulsky, más una melódica vocalización de Florencia Ruiz. El DVD trae también una breve reseña de la historia de las mujeres del blues.

Ambos discos representan una celebración de la música de antaño, que pese al paso del tiempo y el avance de la tecnología, sigue calando hondo en algunas almas porfiadas, que asumieron el compromiso de no dejarla morir.

Robben Ford ataca de nuevo

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Robben Ford es uno de esos músicos que uno puede reconocer con apenas escuchar un par de notas. Ese sello indeleble lo dejó plasmado en cada uno de los discos que grabó en las últimas décadas. Desde sus participaciones junto a Jimmy Witherspoon o su paso por la banda familiar The Ford Blues Band hasta sus extraordinarios discos solista de fines de los 80 y comienzos de los 90 -Talk to your daughter, The Blue Line, Mystic myle-, Ford siempre se caracterizó por su forma sublime de tocar la guitarra y por su magistral vocalización.

La historia también cruzó a Robben Ford con tipos como Miles Davis o Charlie Musselwhite y más recientemente con Larry Carlton. Y el guitarrista californiano siempre se mantuvo fiel a sí mismo. Algunos podrán pensar que tanta diversidad atenta contra un estilo, pero eso es un error. En el caso de Robben Ford esa versatilidad para transformarse es su máxima virtud.

Con A day in Nashville, su flamante álbum, ataca de nuevo y sigue la línea del anterior, Bringing it back home. Si bien el título sugiere un desembarco del guitarrista en la música country, se trata más bien de un híbrido entre el blues y el R&B, con algunas pinceladas jazzeras casi imperceptibles. El título refleja que el disco fue grabado en apenas un día. “Nueve canciones en un día. Eso normalmente toma algún tiempo. El crédito se lo llevan los músicos que me acompañaron”, dijo Ford en una entrevista reciente. La banda en cuestión está conformada por uno de los ex guitarristas de los Black Crowes, Audley Freed; Ricky Peterson en teclados; Brian Allen en bajo; Wes Little en batería; más la destacada participación del trombonista Barry Green.

Siete de los temas fueron compuestos por Ford para este álbum que, según sus palabras “lo grabamos en un ambiente controlado pero con el espíritu de un show en vivo”. Una de esas canciones es la humorística Ain’t drinkin’ beer no more, en la que se destaca el ritmo contagioso, un notable solo de guitarra y unos coros con mucha onda. Los dos covers del álbum son una versión más funky que la original de Cut you loose, de James Cotton, y Poor Kelly blues, de Big Maceo.

A day in Nashville es un disco excelente. No se trata de una puesta en escena ambiciosa, sino más bien de canciones que van hacia la médula misma de la música, ahí donde los artistas que buscan rédito comercial difícilmente lleguen. Robben Ford pela sus solos con la combinación justa de talento y sentimiento. Y eso es lo que realmente cuenta.

De Austin con cariño

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Pese a que su nombre sigue sin despertar mucha atención, David Grissom está haciendo lo suyo desde mediados de los 80. Sus solos, sus riffs, sus aportes anónimos son más conocidos que él. Es cuestión de repasar su carrera: integró la banda del honky tonker Joe Ely y luego la de John Mellencamp. En 1994 se unió a la fugaz pero extraordinaria Storyville, junto a la sección rítmica de Stevie Ray Vaughan, Chris Layton y Tommy Shannon. También a mediados de los 90 empezó a ser invitado regular en las giras de los Allman Brothers, algo que se mantiene hasta el día de hoy. Mientras siguió colaborando en sesiones de grabación de artistas como Buddy Guy, Dixie Chicks, Bob Dylan y Bobby Whitlock. En paralelo tuvo su carrera solista, siempre discreta, apuntalada en un puñado de discos interesantes pero de poca circulación.

Ahora, este nativo de Austin, Texas, cuna de extraordinarios guitarristas, acaba de lanzar su cuarto álbum solista, el que promete posicionarlo en el mainstream de la música de raíces, americana como le gusta llamarla a los gringos. Si bien How it feels to fly fue editado por el mismo sello que los álbumes anteriores, Wide Lode Records, esta vuelta parece que la difusión es mucho más amplia.

El disco tiene doce canciones. Ocho fueron escritas por él y dos junto al músico de country y bluegrass Chris Stapleton. Las dos restantes son extraordinarios covers en vivo de Jessica, de los Allman Brothers, con solos tan potentes y profundos que emocionarían al mismísimo Duane Allman, y Nasty dogs and funky kings, de ZZ Top.

En general al álbum lo mueven los poderosos riffs de guitarra –Grissom toca un diseño exclusivo de Paul Reed Smith- y algunas melodías seductoras como las de Gift of depression o el tema que da nombre al álbum. Si bien el disco apenas tiene retazos bluseros, el primer tema, Bringin’ Sunday mornin’ to saturday night, está dedicado a una leyenda del blues: “Lightnin' Hopkins lightin' up the third ward / Tellin' each story with a low-down chord." Los músicos que lo acompañan -Stefan Intelisano (teclados), Bryan Austin (batería) y Scott Nelson (bajo)- dejan el ritmo ardiendo para que Grissom haga lo suyo.

La prestigiosa revista Guitar Player lo definió así: “Imaginen un encuentro entre Eric Clapton, Billy Gibbons, Brent Mason y Albert Lee… la maestría musical de Grissom les dejará la mandíbula abierta”. How it feels to fly es un disco súper recomendable, de Austin con cariño, buenas canciones, y largos y entretenidos viajes instrumentales que no sólo disfrutarán los guitarristas, sino los oyentes en general.

Cold as ice

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En octubre de 2012, Jimmy Burns se presentó por primera vez en la Argentina y dio un show memorable en La Trastienda, según me contaron muchos de los que fueron. Sobre el final se desprendió de la banda y solo con su guitarra interpretó Cold as ice. Pese a que la melodía y la estructura de la canción estaban alejadas de lo que esperan los bluseros más tradicionalistas, la versión dejó a casi todos en estado de trance. Yo me perdí ese show pero tuve mi revancha con Mr. Burns en julio del año pasado en Chicago. Fui a verlo a Rosa´s, en una presentación en solitario. El maestro relataba una breve historia antes de cada canción. Recordó a John Lee Hooker, Big Joe Turner y Sam Cooke hasta que dijo: “Ahora voy a interpretar este tema de una banda de rock de los setentas que solía escuchar en la radio. Espero que lo disfruten”. Entonces lanzó los primeros acordes de Cold as ice y la magia se apoderó del entorno, aunque aquí, a diferencia de La Trastienda, no había más de diez personas mirándolo.

Jimmy Burns versionó el tema en su álbum de 2011, Stuck in the middle, en el que decidió explorar las fronteras del blues con covers de los Beatles (Get back), John Hyatt (Feels like rain) y algunos temas más souleros. El disco, por si no lo escucharon, es altamente recomendable, porque el viejo bluesman demuestra que la música supera todo tipo de encasillamientos.

Cold as ice fue un gran hit en 1977. Apareció en el disco debut del grupo neoyorquino Foreigner, liderado
por el inglés Mick Jones, quien antes había tocado en la banda de Leslie West. Ese primer álbum de la banda dejó además otros clásicos como Feels like the first time y Long, long way from home. Foreigner, al igual que Journey, Styx y REO Speedwagon. dieron pelea sobre el fin de la década para mantener el rock de arena en la primera plana, ante el avance furioso del punk y la música disco.

El tema fue escrito por Jones y el vocalista Lou Gramm y habla sobre una mujer fría de sentimientos: Eres tan fría como el hielo / Está dispuesta a sacrificar nuestro amor / No aceptas consejos / Un día pagarás el precio / Lo he visto antes, pasa todo el tiempo / Cierras la puerta y olvidas el mundo.

Con una melodía muy distintiva y cierta épica característica de la época, en el año de su lanzamiento llegó a estar sexta en el ranking de los US Pop Charts, aunque eso es anecdótico. Más allá de la extraordinaria versión de Jimmy Burns, el tema fue interpretado por bandas y solistas con estilos muy diversos al original: Phish, los rappers de M.O.P, Eminem o el DJ escocés Scott Brown.

Ahora, dentro de un mes tendremos la oportunidad de escucharla de nuevo de la mano del viejo bluesman, que regresa a Buenos Aires y a La Trastienda cargado de blues y otras gemas.




Blues de la calle

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Biff Scarborough. Retengan este nombre difícil porque en el descansa la esencia del blues. Dueño de un sonido crudo y descarnado, Scarborough canta con profunda convicción y el alma curtida temas inspirados en la vieja escuela del blues. En cada una de sus canciones se percibe la época dorada de Chess y la pasión de los juke joints del Mississippi, así como la influencia de John Lee Hooker, Jimmy Reed, Lightinin’ Hopkins y otras leyendas del género.

“Biff se enamoró del blues, de las guitarras y las chicas al mismo tiempo. Le fue más fácil con la guitarra, aprendió sobre el blues y las mujeres de la manera difícil”, dice en la biografía de su rudimentario sitio web. Scarborough nació hace 70 años en Queens, Nueva York. Se crió en Virginia y vivió aquí y allá hasta que en 2007 se instaló en Los Ángeles, California. Biff es un músico callejero, como dice el gran Mississippi Danny “un verdadero croto del blues”. Uno lo puede encontrar solo con su guitarra resonadora, o acompañado por una banda eléctrica, The Merchants, en la zona de Venice Beach, de espaldas a la inmensidad del océano Pacífico.

Tal vez por estar a metros de las estrellas de Hollywood captó la atención de algunos productores y una de sus canciones fue usada en la serie True blood, de HBO. Otro de sus temas fue incluido en House, protagonizada por un confeso amante del blues, Hugh Laurie.

Su voz resume años de whiskey, tabaco, noches de insomnio, largos peregrinajes y hasta un pre infarto que lo hizo reflexionar sobre la vida y la muerte. Eso se traslada a sus nuevas canciones, trece de las cuales integran su flamante álbum I still ain't satisfied, el tercero de su carrera luego de Six figure blues (2012) y Lingering showers (2005).

Más allá de que la guitarra sea su instrumento principal, Scarborough también toca el bajo, el piano y la batería. I still ain't satisfied ofrece una mixtura de blues acústico y eléctrico, con un par de baladas y hasta una canción, I wanna go home, insipirada en los viejos field hollers. Él canta sobre experiencias pasadas. Su vida es su cancionero y la frase que lo resume dice así: “El dinero no compra la felicidad y a la pobreza tampoco”.

Satisfacción garantizada

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El show está garantizado de ante mano. Más de cuatro décadas de experiencia y grandes canciones respaldan al músico que, pese a sus 69 años, todavía se muestra jovial y activo. La banda es híper profesional y suena de la manera que un cantante de su talla lo merece. Pero no hay grandes sorpresas en el repertorio, de hecho me resultó muy similar a su show de 2008 en Vélez, aunque aquella vez para mí, al ser el primero que vi de él, me dejó mucho más entusiasmado que este.

El camaleón se presenta en escena vestido con un traje magenta brillante, camisa negra y una corbata a tono. La cabellera, la clásica, firme por el efecto del gel. Su voz, como siempre, rasposa, vibrante y emotiva. La mitad del campo de GEBA tiene sillas para aquellos que decidieron pagar una fortuna para verlo de cerca. Del medio para atrás están lo que pagaron menos por no ver más que lo que muestran las pantallas. El sonido no es el mejor, pero tampoco es pésimo.

Rod Stewart hace lo suyo. Abre con This old heart of mine (Is weak for you), de los Isley Brothers y sigue con su repertorio tradicional que incluye Some guys have all the luck, Tonight's the night, Have you ever seen the rain?, de Creedence, y Twistin´the night away. Sus músicos hacen apariciones por tanda. Primero los saxofonistas Jimmy Roberts y Katja Rieckermann, y luego la multi instrumentista J'anna Jacoby se presenta con un solo de violín. Las tres coristas también muestran lo suyo con mucho fervor.

Su hija, Ruby Stewart, aparece en escena después de Rhythm of my heart y Baby Jane, temas de dos discos olvidables como Vagabond heart (1991) y Body wishes (1983). El viejo Rod aprovecha la presentación de la sucesora y desaparece. Ella canta Just one more day y se gana una discreta ovación. El camaleón regresa al escenario vestido de blanco, y juntos interpretan Forever Young, que termina con un duelo de guitarras y un impresionante solo de batería de David Palmer. Y de blanco sigue para un set acústico con las maravillosas The first cut is the deeper y Have I told you lately, más Brighton Beach, de su último disco Time, en el que recuerda sus años de juventud y la década del 60.

El espíritu del gran Danny Whitten y Crazy Horse dice presente con una sutil versión de I don't want to talk about it y da pie al momento más inequívocamente rockero de la noche: los guitarristas Don Kirkpatrick y Emerson Swinford pasan a primer plano con Sweet little rock & roller, de Chuck Berry, y el camaleón mueve la pelvis a lo Elvis. Una canción más de Time, Can’t stop me now, y Rod Stewart vuelve a delegar el control de mando, esta vez en sus corsitas. Di Reed hace las veces de Tina Turner y con notable registro canta Proud Mary, apuntalada por sus compañeras Kimmi Johnson y Lucy Woodward, más el “rollin’…” profundo del tecladista Chuck Kentis.

Ya pasó más de una hora y pico de show y el final es inevitable. Cuando termina You're in my heart (The final acclaim), dedicado a su querido Celtic escocés, se produce un momento bizarro e inexplicable. Por la pantalla pasan un par de bloopers de esos que vemos por youtube y el los relata como si fueran una gran novedad. Para entonces ya se cambió por tercera vez y luce una camisa a rayas multicolor. El camaleón ofrece un cierre bien a su estilo: rock and roll con la poderosa Hot legs; folk con Maggie May (hermosa intro de mandolina de J'anna Jacoby); disco con Da ya think I’m sexy?; y balada para el bis con Sailing.

En parte es lo mismo de siempre, pero a la gente le encanta. El camaleón del rock puede pifiar en la elección de temas pero no se equivoca en como cantarlos. Eso lo sabe bien, por eso su show es satisfacción garantizada.

Blues rock motor

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Curioso nombre el de Eric Sardinas. Si nunca lo escucharon regístrenlo, porque en las próximas semanas hablaremos mucho de él. Algunos saldrán a criticarlo en defensa del purismo del blues. “Lo que él hace no es blues”, dirán. Los más abiertos, a los que les gustan los solos frenéticos y punzantes, están en la antesala de un show realmente vibrante. La cita con Eric Sardinas & Big Motor será el 10 de abril en el Teatro Vorterix. Confirmado.

La primera vez que escuché a Eric Sardinas fue en 1999. Por aquél entonces yo estaba subscripto a la revista Blues Revue y una de las reseñas de lanzamientos discográficos era sobre Treat me right, su álbum debut. Primero me llamó la atención su nombre, luego la guitarra dobro que sostenía en la foto de portada del álbum y por último los invitados del disco: Johnny Winter y Hubert Sumlin. Lo encargué en una disquería de Belgrano y al cabo de un par de semanas ya lo tenía conmigo.

El disco, editado por el sello Evidence, me fascinó. La fusión de blues rock explosivo con el sonido denso del Delta estaba muy bien lograda. Su técnica con el slide y su voz profunda se amoldaban a la perfección con el estilo salvaje que proponía. Más allá de la furia rockera que mostraba en algunos temas, y que profundizaría en los discos siguientes, en Treat me right se evidenciaba un notable estudio de músicos como Barbecue Bob, Charley Patton, Bukka White y Elmore James, especialmente en los temas acústicos como Cherry bomb y Goin' to the river.

Eric Sardinas nació el 10 noviembre de 1970 en Fort Lauderdale, Florida. A los seis años, fascinado con viejos discos de 78 rpm del blues del Mississippi, empezó a tocar la guitarra. Si bien es zurdo se adaptó para tocar como diestro. Eso tal vez fue clave para moldear su estilo personal que se basa en dos tipos de afinaciones abiertas: una en Sol y la otra en Re.

En los primeros años del nuevo milenio, y tras el éxito de Treat me right, la prensa empezó a compararlo inevitablemente con George Thorogood y Winter. Si bien su técnica es más refinada que la del primero pero no tanto como de la del segundo, Sardinas se abrió camino en el mundo de la música y llevó sus solos incendiarios a distintas partes del mundo. Y cuando digo solos incendiarios no exageró. Resulta que, al mejor estilo Jimi Hendrix en Monterey Pop, en algún momento se le dio por empezar a quemar sus guitarras en vivo. Pero hace unos años, durante un show en Sidney, Australia, las llamas se salieron de control y le provocaron quemaduras de tercer grado. Es probable que ya no la haga más, pero por las dudas lleven matafuegos.

El show de Vorterix será en formato trío y, de no mediar cambios de último momento, Sardinas estará apuntalado por Levell Price en bajo y Bryan Keeling en batería. Así que ya saben: blues-rock motor y una confirmación que llegó ayer, justo en el día de un nuevo aniversario de la muerte de Pappo y como aperitivo madrugador del show que Johnny Winter dará en octubre en el Gran Rex. No se lo pierdan.




Puristas

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La discusión es la misma. Ayer y hoy. Cambian los protagonistas pero el debate sigue abierto. En este extracto del libro Vida, las memorias de Keith Richards, queda en claro cuál es su postura sobre los tradicionalistas del blues.

“Los verdaderos puristas del blues eran muy estirados y terriblemente conservadores, todo les parecía mal, eran los típicos repelentes con gafas que se erigían en jueces de lo que era y no era realmente blues (…) No tenían ni idea de lo que iban la mitad de las canciones que escuchaban y, si lo hubieran sabido, se hubieran cagado del susto. Se habían hecho su propia idea sobre lo que era el blues y estaban convencidos de que el de verdad sólo podían interpretarlo negros de zonas rurales y, para bien o para mal, aquélla era su pasión.

Recuerdo (que con Mick Jagger) fuimos a un recital de blues en Manchester donde actuaban Sonny Terry, Brownie McGhee y John Lee Hooker. Y Muddy Waters: íbamos todos a verlo a él, pero también queríamos escucharlo a John Lee. También actuaban muchos más, Memphis Slim, por ejemplo. Muddy salió al escenario con su guitarra acústica y se puso a tocar los típicos temas al estilo del Delta del Mississippi: media hora en el Cielo; luego hubo un descanso y cuando volvió a salir venía con la eléctrica y el grupo entero enchufado… ¡prácticamente lo echaron del escenario con tanto abucheo! Pero él siguió, igual que un tanque, algo parecido había hecho Bob Dylan en el Albert Hall un año antes. El caso es que el ambiente era hostil, y ahí fue donde comprendí que en realidad la gente no escuchaba la música, que sólo les interesaba formar parte de una especie de club de selectos eruditos. Muddy y su grupo tocaron de maravilla, la banda era excepcional, me parece que llevaba a Junior Wells y a Hubert Sumlin también.

Ninguno de aquellos puristas del blues sabía tocar ningún instrumento, pero sus negros tenían que ser negros de verdad, de los que dicen a todo ‘sí, señó’ y van con jardinero cuando, en realidad, son tíos de ciudad y no pueden estar más en la onda. ¿Qué tenía que ver la eléctrica con todo aquello? Eran las mismas notas, sólo que tocadas un poco más fuerte y con un poco más de contundencia. Pero no, según los puristas ‘eso era rock and roll’. Lo que querían era una foto fija, no se enteraban de que, escucharan lo que escucharan, siempre iba a ser parte de un proceso, que siempre iba a venir de algún sitio e iba a evolucionar hacia otro.”

Cinco años de Malbec & Blues

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Hace cinco años, impulsado por la frustración de no poder seguir con el programa de radio que tanto me gustaba hacer, y en el que tanto esfuerzo habíamos invertido con Maxi García Solla y Mariano Valdivieso, me volqué al blog. En ese momento pensé que sería algo pasajero, de esas cosas que uno empieza casi porque sí, pero al final quedó y me abrió las puertas al mundo del blues local, del que me había alejado, más que nada por prejuicio. El final de aquel programa de radio, El Descorche, fue inesperado. Juan Ignacio Sixto, un ex compañero de la crónica roja, fue quien me impulsó a hacer Malbec & Blues, y me ayudó a diseñarlo. Al principio, el propósito del blog era fusionar en los textos vino y música. Pero el paso del tiempo fue decantando la idea original y, finalmente, se transformó en un sitio de reseña de discos, crónicas de recitales, diario de viajes y, por qué no, en un espacio de reflexión, polémicas e intercambio de opiniones sobre este género musical tan profundo y apasionante.

Reseñé decenas y decenas de discos y cubrí más de 120 recitales. Pude ver a los Allman Brothers, Dr. John, Leon Russell, John Fogerty, Johhny Winter, Buddy Guy, Joe Bonamassa, Tony Joe White, Eric Burdon, Bob Dylan, Tom Petty, Walter Trout, Robert Cray, Lurrie Bell, Jimmy Johnson, Jimmy Burns, Anson Funderburgh, Kim Wilson, Rick Estrin & The Nightcats, Tab Benoit, Eric Clapton, ZZ Top, Eddy Clearwater y a Ringo Starr con Edgar Winter y Rick Derringer, entre tantos otros.

Claro que yo puse lo mío, pero eso fue lo más sencillo. Escribir sobre lo que me gusta, cuando quiero y como quiero no tiene precio. Pero aquí quiero mencionar a mucha gente me acompañó desinteresadamente y con buena onda. A Guillermo Fernández le agradezco la oportunidad que me dio de escribir para La Casa del Blues, un sitio que para mí es la antesala de este blog. Lo mismo va para Pablo Piñeiro y Leandro Crisafulli que me sumaron a aquél proyecto tan interesante que fue Blues ETC; y para los cumpas chilenos, Claudio Ibarra y Fucho Cornejo, por invitarme a colaborar en el sitio 2120. También quiero agradecer a mis colegas y amigos del programa No tan distintos, de FM Flores, Guillermo Blanco Alvarado y El Tano Rosso, por la onda y la compañía en este mundillo en el que la mayoría son músicos y nosotros apenas relatores. Y, por supuesto, a Luis Mielniczuk y Matías Colombatti por permitirme volver a la radio como columnista en La Trasnoche de Blues de América no Duerme, AM 1190.

Hay más. A Mariano Cardozo por confiarme los textos de los programas de varios de sus shows y las extensas charlas siempre con el blues como eje. A los chicos de Blues en Movimiento y la Escuela de Blues, Gabriel Cabiaglia, Gabriel Grätzer y Mauro Diana, por sumarme a la revista Blues en su tinta y por invitarme dos años seguidos como miembro del jurado del concurso de bandas de blues.

A Juan Urbano López, uno de los tipos que más sabe del género, por sus aportes y correcciones, siempre de manera oportuna y respetuosa. A Mississippi Danny por su defensa irrestricta de la tradición y por coincidir en que el bluesman más puro de la historia es James “Son” Thomas; a Roberto Porzio por ser una gran influencia para la nueva camada de guitarristas; a los chicos de Támesis por llevar el blues que aprendieron de chicos a una nueva dimensión. Y a Tito Maza por dejarme contar su increíble historia por primera vez en la página 3 de un diario.

No quiero olvidarme de Roger (de Mr. Jones), Mariela Bonzi, las chicas de Gondwana, Ricky Muñoz, Gustavo Zungri y la productora MGB por las acreditaciones para los shows que organizaron; así como de músicos talentosísimos como Mariano D’andrea, Federico Verteramo, Marcos Lenn, Pato Raffo, Nico Yudchak, Víctor Hamudis, Nacho Ladisa, Florencia Andrada, Rafa Nasta, Damián Martín Duflòs, Nico Smoljan, Mariano Bisbal, Goyo y tantos otros, con quienes hemos charlado e intercambiado música y sugerencias. Y para la bella Anita por aguantar mis horas frente a la computadora escuchando desde el blues más profundo de Mississippi hasta el nuevo soul de Sharon Jones.

Pero más que nada a quienes siguen el blog y me escriben desde distintos lugares para agradecerme alguna reseña o la recomendación de algún disco. En definitiva ese es el fin del blog, compartir y difundir el blues.

La potencia de JLW

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Si alguien esperaba que Joe Louis Walker volviera a su costado más blusero tras el irregular Hellfire, de 2012, que siga esperando. Con su nuevo álbum, el número 25 de su carrera y el segundo para Alligator Records, el guitarrista californiano ratifica su necesidad de ir más allá de las fronteras del blues.

La diferencia entre Hornet’s Nest y Hellfire es que aquí logró plasmar con mayor confianza lo que buscaba en el anterior y por eso ahora suena más convincente. El álbum parte de un núcleo blusero que en la superficie se percibe lejano aunque allí está. Aquí prevalece la fuerza del houserockin’, algo del soul de Memphis y R&B en su máxima expresión. Claro que, más allá de las canciones en particular, la guitarra de JLW suena furiosa, expeditiva y demoníaca.

El álbum fue producido por Tom Hambrigde, quien trabajó con la crema de la crema del blues: Johnny Winter, B.B. King, Buddy Guy, James Cotton, George Thorogood, Susan Tedeschi y otros. Hambridge además toca la batería y fue el encargado de reunir a la banda: el ex Double Trouble Reese Wynans en teclados, Rob McNelley en guitarra rítmica y Tommy MacDonald en bajo. En algunos temas la banda se recuesta sobre un poderoso colchón de vientos integrado por Jim Horn (saxo), Charles Rose (trombón) y Vinnie Ciesielski (trompeta).

La mayoría de los temas fueron escritos por Hambridge y Walker más la colaboración de Richard Fleming. Love enough y Ramblin’ soul son los mejores ejemplos de ese tándem compositivo: melodías consistentes, ritmos aguerridos y letras sugestivas. El disco tiene dos covers: Don’t let go, de Jesse Stone, creador de éxitos históricos como Shake rattle and roll y Flip, flop and fly; y Ride on, baby, una vieja canción de Jagger y Richards que los Stones editaron en su disco Flowers, de 1967.

JLW se luce con la guitarra, con solos imponentes y el eventual uso del slide, pero también ratifica que es uno de los mejores cantantes de blues, con un registro vocal superlativo. Eso, más una banda sólida y un puñado de buenas canciones, logran un álbum más que interesante y muy potente. Pero como decía al principio: si alguno pretende escuchar algo parecido a The gift (1988) o Great guitars (1997) deberá seguir esperando.

Blues desde las entrañas

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Leaving here walking, un tema que Jimmy Burns compuso en los 60, pero que recién editó a mediados de los 90, lo define como artista. Un hombre surgido de la raíz más profunda del blues del Mississippi pero con una gran capacidad de absorción de otros ritmos y estilos que fue escuchando a lo largo de los años. Como me dijo Mauro Diana ayer al finalizar del show: “Esta canción es una genialidad, si la hubiera escrito Willie Dixon hoy sería uno de los clásicos indiscutibles del blues”.

Lo de Jimmy Burns anoche en La Trastienda fue extraordinario, y eso que muchos no nos dimos cuenta de que algo le pasaba hasta que él mismo lo blanqueó. Sacó de su bolsillo un tubito blanco y se metió una pastilla en la boca. “Son de glucosa –dijo-, es que soy diabético. Son lo más dulce después de una mujer”. “Al principio no se sentía bien, pero por suerte después se recuperó”, contó Gabriel Cabiaglia.


Más allá de ese episodio, imperceptible para la mayoría del público, Burns recorrió la hora y media de show de la mejor manera con su fusión de blues de Chicago y soul. Abrió con Shake for me, con el acompañamiento preciso de la rítmica que conforman Diana y Cabiaglia, más la guitarra inspirada de Roberto Porzio. El repertorio incluyó algunos temas propios como Spend sometime with me, No consideration y la mencionada Leaving here walking, la que comenzó diciendo: “Ahora me voy al Mississippi, donde nací, y me los llevo a todos ustedes conmigo”. Los covers que eligió fueron I smell trouble, Stuck in the middle, Rock me mama, Stand by me -la recordada y emotiva canción de Ben E. King- y A string to your heart, de Jimmy Reed, en la que sorprendió soplando una armónica Marine Band.

Jimmy Burns es un gran guitarrista, pero la magia de sus shows no está en sus solos, sino en su poderío vocal. Su forma de cantar y su voz son hipnotizantes. Su registro es notable, cuando sube y cuando baja. No fuerza nada, todo sale de manera natural desde sus entrañas. El tipo sabe, lo lleva muy adentro.

Otro momento increíble de la noche fue cuando interpretó Cold as ice, de la banda de rock Foreigner. A diferencia de la versión en solitario que hizo cuando vino en 2012, esta vez estuvo respaldado por la banda, que le marcó un ritmo de shuffle a medio tiempo. En otro tramo del show, Burns se animó al scat, emulando con su voz los sonidos que sacaba de su guitarra Schecter.

Sobre el final, minutos antes de las 2 de la madrugada, el viejo Jimmy dijo “esta la conocen todos” y lanzó los primeros acordes de Hoochie coochie man y la banda lo siguió con mucha energía. Una vez más, como en toda la noche, lo dejó a Roberto Porzio al frente con otro solo y él optó por sacar la armónica otra vez. El bis lo encontró solo frente al público. Como en su visita anterior había interpretado Cold as ice, esta vez cambió por una sublime versión de Rainy night in Georgia. Fue una gran noche de blues protagonizada por uno de los músicos más auténticos de la escena actual.

El guardián de la tradición

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John Hammond Jr. debe tener una de las carreras más consistentes y coherentes de la escena musical contemporánea. Muy pocas veces se alejó de su senda y las veces que lo hizo fue con un objetivo claro y no defraudó. Timeless, su flamante disco, es una verdadera celebración: medio siglo tocando blues, desde aquellos tempranos años 60 en los que circulaba por el Greenwich Village neoyorquino y se codeaba con Bob Dylan y otros folkies de la época. El disco no pretende ser grandilocuente, sino más bien todo lo contrario: guitarra acústica, slide y armónica. El bluesman de cara a su público.

Timeless comienza con un tema de Tom Waits, No one can forgive me but my baby, a quien ya rindió un sentido homenaje con el extraordinario Wicked grin, de 2001. Antes de cada canción, el hijo del legendario productor y cazatalentos, John Hammond Sr., explica brevemente quién escribió el tema y algún que otro dato más. Luego sigue con una canción propia, Heartache blues, y pasa a un clásico de Jimmy Rogers, Going away baby. Su versión de Further on up the road tiene un comienzo extraído del estilo más personal de Robert Johnson.

El show fue grabado en Chan's, un reducto de Woonsocket, Rhode Island, el 4 de mayo del año pasado. El resto del repertorio es un repaso a sus máximas influencias. Hammond ejecuta con absoluta maestría Looking four trouble, de Eddie Taylor; Hard times, de Skip James; Drop down mama, de Sleepy John Estes; Tell me, de Howlin Wolf; y dos temas del gran Little Walter: Tell me mama y Last night.

Pero eso no es todo: a mitad del show Hammond, erigido por mérito propio en el guardián de la tradición, se toma una nueva licencia y vuelve sobre la figura de su amigo Tom Waits con Jockey full of bourbon y sobre el final apuesta a The sky is crying, de Elmore James, y No Money down, de Chuck Berry. Así, una vez más, Hammond –quien vino a la Argentina en dos oportunidades y ojalá vuelva una vez más- demuestra su compromiso absoluto y de por vida con las raíces más profundas del blues.

Trasnoche de blues

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Estamos sentados alrededor de la mesa, con los micrófonos encendidos y absortos por la profunda voz de Tia Carroll. Son las 2.40 de la madrugada y el blues brota de su interior con una fuerza descomunal. Hace apenas seis horas que llegó de Santiago de Chile y hacía minutos nomás estaba cantando en los estudios de C5N. Pero no importa, le pedimos una canción y ella accede con una enorme sonrisa. Elige uno de los clásicos más indiscutibles del siglo XX, de esos que no se olvidarán jamás. Tia canta I’d rather go blind, de Etta James, mientras el brasileño Igor Prado la acompaña con su guitarra Dillon dorada, hecha a semejanza de una Gibson Les Paul. La voz profunda de Tia envuelve el estudio de Radio América y la Trasnoche de Blues llega a su pico de máxima intensidad.

La cantante, nacida hace 38 años a pocos kilómetros de San Francisco, nos cuenta cosas de su vida. Sus padres, cuando era chica, decían que ella en vez de llorar cantaba. Se crío escuchando a Ray Charles, Aretha Franklin, Koko Taylor y Stevie Wonder, pero también escuchaba rock. Durante un tiempo, nos dice, trabajó como DJ en una radio en la que pasaba AC/DC, Van Halen y otras bandas de rock pesado. Pero lo suyo, por definición, es el blues, el soul y el R&B.

Antes de lanzarse como solista hizo coros con tres cantantes de primer nivel. “Con E.C. Scott aprendí secretos y algunas técnicas que mejoraron mi forma de cantar; con Jimmy McCracklin tuve la oportunidad de realizar grandes giras y salir de los EE.UU. por primera vez; con Sugar Pie DeSanto aprendí a moverme arriba de un escenario. Esa mujer es una bola de fuego”, explica Tia. Es momento de otra canción. Con Matías Colombatti y Luis Mielniczuk estamos ansiosos por escucharla otra vez. Ella lo mira a Igor y le pregunta: “¿Y ahora qué hacemos?”. El brasileño le devuelve los primeros acordes de Big boss man, del gran Jimmy Reed. Otra vez su voz nos sacude en la madrugada.

Tia da unos sorbos al té que tiene entre sus manos y responde sobre la experiencia de tocar con músicos sudamericanos: “Estoy en muy buenas manos”, dice. Y también nos cuenta el recuerdo y la conmoción de su viaje por Tailandia, junto a Zakiya Hooker, luego del Tsunami de 2004: “Fue una experiencia muy movilizante”. Son casi las 3.30 y como para ir cerrando le pedimos una más. Igor empieza a tocar un blues y ella esta vez decide improvisar. La letra dice así: “I’m gonna sing the blues deep from my soul, tonight in Mr. Jones”.

La música vive en la pantalla chica

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La última temporada de Treme –apenas cinco capítulos- transcurre en los últimos meses de 2008 y comienzos de 2009, con el trasfondo del triunfo de Obama en las elecciones presidenciales, y en una Nueva Orleans que sigue pujando por su reconstrucción tras el paso arrollador del huracán Katrina.

Las historias de los personajes se van cerrando: Antoine Batiste encontró su refugio en la escuela donde da clases de música, asume sus responsabilidades y finalmente cumple el sueño de tocar en vivo junto a Dr. John. Janette Desautel busca recuperar su nombre, que cedió en un contrato a un empresario gastronómico, para poder empezar con un emprendimiento propio. Annie Talarico lucha contra la presión de la discográfica que pretende moldear su carrera de una forma que ella no está dispuesta. Toni Bernette sigue en su incansable y casi solitaria cruzada en busca de la verdad y la justicia por tantos crímenes y abusos policiales. Delmond Lambreux y LaDonna Batiste-Williams acompañan a Albert Lambreaux en su agónica enfermedad. Y Davis McAlary no afloja en su napoleónica disputa contra los poderes fácticos que pretenden sepultar el legado musical de la ciudad.

Mientras la vida de los protagonistas transcurre entre lágrimas y sonrisas, la música brota sin descanso como en las tres temporadas anteriores. Trombone Shorty y su poderosa banda funk presentan el que será su próximo hit. Ellis Marsalis regala su talento al piano en una sesión en la que lo acompaña Delmond. Johnny Sansone sopla con energía brutal su armónica en el escenario de House of Blues. La trompeta sutil y refinada de Terence Blanchard se escucha en un estudio copado por músicos de jazz. Antoine participa de una jam al amanecer en un pequeño bar junto al saxofonista Donald Harrison y el bluesman Washbord Chaz. Kermit Ruffins y John Boutté brindan sus versiones de A change is gonna come mientras Estados Unidos elige a su primer presidente negro.

A lo largo de las cuatro temporadas, Treme mostró un eje distinto al del resto de las series. La construcción del guión estuvo centrada en la música y el legado cultural de la ciudad, en medio del drama que ocasionó Katrina. Una frase de DJ Davis es la definición perfecta para Treme y Nueva Orleans: “La música vive donde está viva”.

Viejos guerreros

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En 2010, durante una entrega de premios, estos dos viejos guerreros del rock inglés se pusieron a charlar sobre música y sus años de gloria. Inexorablemente surgió el nombre de Johnny Kidd & The Pirates, un grupo fundacional de la época en que los Beatles todavía eran alumnos de secundario. Wilko Johnson y Roger Daltrey decidieron esa misma noche grabar un disco en homenaje a su pasado y sus influencias, a la vieja escuela del rock británico. Pero en el medio hubo una serie complicaciones que postergaron el proyecto durante tres años. Primero las agendas de ambos estaban saturadas y, cuando todo parecía encaminarse, a Wilko le diagnosticaron un cáncer de páncreas.

Pese a la enfermedad y un pronóstico poco alentador, Wilko sintió que era el momento y Daltrey aprovechó el fin de la gira por el 50 aniversario de The Who, y pusieron fecha de grabación: noviembre. Llegado el día se juntaron en los estudios Yellow Fish en Uckfield, al sur de Londres, y en tan solo una semana grabaron las 11 canciones que conforman el flamante y extraordinario Going back home.

El repertorio está compuesto por reversiones de la época dorada de Dr. Feelgood, la legendaria banda nacida del riñón de Wilco y el cantante Lee Brilleaux, y algunos originales del guitarrista. El único tema que rompe el molde en esa selección es un cover de Bob Dylan, Can you please crawl out your window. La onda del disco combina R&B, rockabilly, rock and roll y retazos bluseros.

Los músicos que los acompañaron son los que salían de gira con Wilco: Norman Watt-Roy en bajo y Dylan Howe en batería, más Mick Talbot, ex Style Council, en teclados. En cada una de las canciones la guitarra de Wilko suena punzante y aguerrida, y se combina a la perfección con la voz intensa de Daltrey, quien también sopla la armónica en algunos temas.

“Ha sido un año increíble. Iba a morir en octubre y ahora mismo acabo de grabar esto con Roger”, declaró Wilko a la Rolling Stone. Going back home es una celebración del rock de la vieja escuela, a manos de dos verdaderas glorias que, lejos de amedrentarse por la edad y la proximidad de la muerte de uno de ellos, se las apañaron para sacar un disco que seguramente será uno de los mejores del año.

Memphis style

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Un nuevo disco de Robert Cray siempre es noticia. Y en este caso, como en los últimos años, una buena. In my soul es el nombre de su flamante álbum que tiene una inclinación muy marcada hacia el soul de Memphis y presenta un cambio en la formación: de su banda tradicional sólo queda el bajista Richard Cousins. Les Falconer reemplaza a Tony Braunagel en batería y el tecladista Dover Weinberg a Jim Pugh. Pero la clave de In my soul, además del talento inigualable de Robert Cray está en la cuidada –hasta obsesiva- producción de Steve Jordan, con quien el guitarrista no trabajaba desde Take your shoes off, de 1999.

“No vinimos (al estudio) con una dirección, vinimos con un puñado de canciones que empezamos a tocar entre nosotros. Dejamos que el productor las escuchara y aportara lo suyo”, cuenta Robert Cray en el video promocional del álbum. Y lo que aportó Jordan fue ese sonido tan característico de Memphis, principalmente el que surgió del corazón de Soulville. Es por eso que en el repertorio hay dos covers de músicos del sello Stax: Your good thing is about to end, de Isaac Hayes, y Nobody's fault but nine, de Otis Redding. En el últmo, Cray canta a dúo con el baterista.

El resto de los temas son composiciones propias, más aportes de Richard Cousins y una de Les Falconer. Dos de sus canciones, You move me y Fine yesterday, son verdaderas joyas en donde Cray alcanza un nivel de interpretación superlativo, con exquisitos solos y una sensibilidad vocal conmovedora. En algunos temas, como en el que da nombre al álbum, los vientos de Trevor Lawrence (saxo tenor) y Steve Madaio (trompeta) redondean un sonido envolvente y fascinante.

La tendencia en los últimos años es muy marcada. Muchos músicos de blues se están volcando al soul, específicamente al de Memphis. Cada uno tendrá sus motivos y la recepción por parte del público puede ser diversa. Pero lo cierto es que, al menos en este caso, cada nota, cada acorde, cada riff, surgen desde el mismo núcleo del alma del artista, no hay nada forzado. Y eso es realmente lo que cuenta.

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