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Rodríguez

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El otro día mi amigo Fero Soriano me recomendó que leyera un artículo de Juan Forn, que había salido publicado en la contratapa de Página 12, en el que contaba la extraordinaria historia de Rodríguez, un músico sepultado por el olvido en su tierra natal, los Estados Unidos, pero que se convirtió en una estrella más grande que Elvis en Sudáfrica, aunque él no lo sabía. El texto de Forn está inspirado en el documental Searching for the Sugar man, que pude ver esta semana, y me dejó completamente extasiado.

A fines de 1968, dos músicos fueron a un oscuro bar de Detroit para escuchar a un singer-songwriter que les habían recomendado: algunos lo llamaban el nuevo Bob Dylan, por la profundidad de sus letras. Sixto Rodríguez, hijo de inmigrantes mexicanos, tenía 26 años y llevaba una vida muy austera, casi marginal. Se ganaba el pan trabajando en la construcción y por las noches vagaba por la ciudad. Interrumpía esas largas caminatas para tocar de tanto en tanto su guitarra y cantar sus canciones. Los temas de Rodríguez llegaron a oídos del productor Clarence Avant, el padrino de la música negra, quien lo contrató para su sello discográfico Sussex Records. Rodríguez viajó a Londres para grabar el álbum junto al productor artístico Steve Rowland, quien rodeó al cantante con los Funk Brothers, cesionistas de lujo de la Motown. Cold facts fue editado en 1970: tiene grandes canciones, una lírica profunda y un sonido que mezcla el folk de protesta con la psicodelia. Un año después, Rodríguez lanzó su segundo álbum, Coming from reality. Y eso fue todo. Es difícil entender por qué en Estados Unidos no vendió nada. Tal vez fue la falta de promoción o por su origen latino, ¿quién sabe? Lo cierto es que Rodríguez dejó la música, entró a la universidad, volvió a trabajar en la construcción y se perdió en el anonimato.

Pero algo extraordinario pasó.

Según los realizadores de la película Searching for the Sugar man, una estudiante sudafricana que había estado de intercambio en Detroit, al volver a su país le regaló Cold facts a su novio. Así lo cuenta Forn: “El novio hizo escuchar el disco a sus amigos, todos fliparon, uno de ellos lo pasó un día por la radio de la universidad, pegó tanto que lo siguió pasando las semanas siguientes. Un empleado de la filial local de la Polygram inglesa descubrió que tenía el disco de Rodriguez en el catálogo y convenció a sus jefes de hacer una edición local. Era la Sudáfrica del apartheid: con la excusa del boicot comercial no pagaban regalías a nadie. Igual, los ingleses ignoraban quién era Rodríguez; lo tenían en su catálogo por esos acuerdos transatlánticos con discográficas yanquis, pero para entonces el sello de Detroit que apostó por Rodriguez ya había ido a la quiebra, luego de vender menos de cien copias del disco”.

Las canciones de Rodríguez se volvieron un emblema de la juventud sudafricana de los 70, especialmente Sugar man y I wonder. Se volvió más popular que Dylan, los Beatles y los Stones. Pero nadie sabía quién era él. La poca información de la portada del álbum no daba pistas de dónde era ni si seguía vivo. Entonces comenzaron a circular las más disparatadas versiones de que estaba muerto. Algunos decían que se había suicidado de un disparo, otros que se había quemado a lo bonzo arriba del escenario o que había tenido una sobredosis en la cárcel. Rodríguez ya era un mito.

A comienzos de los 90, un comerciante y un documentalista sueco, ambos fanáticos de su música, y convencidos de que Rodríguez estaba muerto, se pusieron de acuerdo para investigar cómo y cuándo había pasado eso. Sudáfrica estaba aislada del mundo e Internet todavía no existía. Recién a mediados de la década, cuando la web llegó a la gente, uno de ellos armó un sitio en el que pedía información sobre el misterioso músico. Y así, de manera extraña y maravillosa, estos dos personajes lograron hallar a Rodríguez. Seguía viviendo en Detroit, de manera austera, junto a sus tres hijas. Hacía años que no tocaba en público y no tenía ni idea que allí, en el sur del África, un lugar tan remoto como extraño para él, era una leyenda. La noticia del hallazgo se expandió por todo Sudáfrica y, en marzo de 1998, Rodríguez voló a Ciudad del Cabo. Allí dio una serie de conciertos masivos. Fue una verdadera sensación. Las imágenes que muestra el documental son realmente conmovedoras.

Se cree que en ese país se vendieron más de medio millón de discos (y que una cantidad mucho mayor circuló de manera pirata). Pero Rodríguez nunca vio un peso y tampoco lo reclamó. Lo que ganó por sus shows se lo dio a sus hijas. Hoy, a varios años de su redescubrimiento y luego de la película, Sixto Rodríguez sigue viviendo de la misma manera y ya casi no se presenta en vivo.

Su historia merecía ser contada.



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